Hay en el dominio de la antropología algunos términos y conceptos fatídicos, como el de “raza” o “primitivo”. Ciertamente en el campo popular existen algunos intentos de endulzar o subvertir sus significados, al convertir a  “la raza” en sinónimo de grupo “buena onda” o cuando en alarde de sana inspiración, algunos ocurrentes progenitores deciden que su vástago se llame  “Primitivo”, colocando a los sujetos así bautizados ante la encomienda tácita de honrar su nombre mediante su proceder cotidiano, lo cual a veces logran a cabalidad. Sin embargo, se trata de dos palabras cargadas de una historia ignominiosa, pues sirvieron y aún se utilizan para justificar infamias y atropellos de muy diverso tipo. La división de la humanidad en razas ha sido muy útil para las iniciativas de exclusión instrumentadas en todo el planeta, y el carácter de “primitivo”, atribuido a ciertas “razas”, ha vestido el discurso autocomplaciente de quienes se consideran a sí mismos como “civilizados”, naturalizando la explotación de los pueblos e individuos supuestamente incapaces de “civilización”.

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