Pensar Latinoamérica desde la complejidad

Alfredo Guerrero Tapia

Pensar Latinoamérica desde la complejidad implica hacer uso de las metáforas, categorías y conceptos que han emanado de las nuevas ciencias, para reconceptualizar la historia, el presente y el futuro de esta región del continente americano. Es la propuesta que se hace en este trabajo, al observar la imperiosa necesidad de hacerlo de cara a las crecientes complejidades de las realidades en América Latina y las imposibilidades que muestra ahora el pensamiento hegemónico dominante dentro de las ciencias sociales. De esta manera, se propone mirar Latinoamérica desde el sistema-mundo, la sincronicidad, fractalidad, los atractores, las estructuras disipativas y bifurcaciones, para observar lo que aparece en el paisaje de una nueva narración, en la que se desvelen hechos, sucesos, acontecimientos, que han permanecido ocultos en las narrativas dominantes y oficiales. Se plantea ejercitar las epistemologías de la complejidad dentro del amplio espectro que ha sido y es el pensar sobre Latinoamérica.

Palabras clave: Latinoamérica, complejidad, epistemología

 

Pensar Latinoamérica desde la complejidad exige colocarse desde una epistemología que se mueva de las tradicionales miradas históricas, políticas, económicas, antropológicas, sociológicas, etc., y las dominantes epistemologías de las ciencias sociales, a reflexiones que recuperen categorías analíticas desveladoras de procesos más abarcativos y profundos, y que ponga en primer plano las voces de quienes han permanecidos ocultos y negados por la historiografía y las artes dominantes. La vasta literatura científica producida sobre Latinoamérica desde la segunda mitad del siglo XX no agota las interminables problemáticas que emergen para la comprensión de un segmento de la historia del continente, o la larga historia del mismo. Más aún, mucha de esa literatura se ha producido desde las ópticas no sólo disciplinares sino eurocentristas, lo que ha dejado de lado, o ha ocultado, muchos hechos, sucesos, acontecimientos, sujetos, culturas, etc. Es necesario, por consiguiente, investigar otras fuentes de narrativas escondidas, marginadas, archivadas; pero también reinterpretar la historia a través de giros hermeneúticos, que traigan a la escena nuevos paisajes de comprensión. Esto último es lo que se propone en este trabajo. Se plantea pensar Latinoamérica en su historia, su presente y su futuro, desde categorías provenientes de la complejidad.


Los estudios sobre Latinoamérica en el siglo XX fueron predominantemente enfocados desde las también dominantes epistemologías en las ciencias sociales derivadas del funcionalismo y estructuralismo. Lo que produjo la construcción de paisajes que no reflejaban las crecientes contradicciones y paradojas que se desarrollaban al interior de cada país, ni las tendencias generales propiciadas por el denominado “nuevo orden mundial”. Estos enfoques epistemológicos dieron cuenta de forma parcial y fragmentada sobre las historias locales y la historia común de la región latinoamericana. En este sentido, señala López Segrera (2005: 184-185):

A fines de los años cincuenta el futuro de América Latina era visualizado a través de los paradigmas estructural-funcionalista, del marxismo tradicional (y luego de la nueva versión que emergió como resultado de la revolución cubana) y del pensamiento desarrollista de CEPAL. La falla del funcionalismo fue considerar que se podría reproducir en la periferia el esquema clásico de desarrollo capitalista del centro –te sis validada por el marxismo tradicional, que visualizaba a América Latina como una sociedad feudal- y la de CEPAL pensar que sólo con la sustitución de importaciones y un Estado y un sector público fuertes se obtendría el desarrollo; la Escuela de la Dependencia, en su crítica al denominado capitalismo dependiente latinoamericano, no fue capaz de ofrecer una reflexión con resultados viables acerca de cómo construir un modelo alternativo de sociedad (...) La crítica neoliberal del desarrollismo se centró en el excesivo intervencionismo estatal, el estrangulamiento de la iniciativa privada y la asignación de recursos en forma irracional (...) El defecto esencial de la Teoría de la Dependencia fue el no haber percibido que ningún sistema puede ser independiente del sistema-histórico actual, de la economía mundial (...) Las dos influencias teóricas que predominan en las ciencias sociales latinoamericanas hoy –el neoliberalismo y el postmodernismo- entrañan ciertos peligros. El primero tiende a la reafirmación dogmática de las concepciones lineales de progreso universal y del imaginario del desarrollo y la segunda a la apoteosis del eurocentrismo. El hecho de que los metarrelatos en boga en el siglo XX hayan hecho crisis, no implica la crisis de toda forma de pensar el futuro y mucho menos de éste.

Lo anterior con relación a la economía y los proyectos de desarrollo, pero igualmente en los ámbitos de las culturas, las sociedades, las artes, las historias, etc., predominaron las epistemologías extraídas principalmente de las teorías y metodologías inventadas en los Estados Unidos de Norteamérica y los países de la Europa central.


En la actualidad, para estudiar América Latina se continúa acudiendo a epistemologías funcionalistas y estructuralistas, renovadas y revitalizadas con enfoques de las filosofías posmodernas. Desde la caída del muro de Berlín, los estudios con perspectiva marxista fueron abandonados. Este hecho da lugar a que las nuevas realidades que vive el mundo y dentro de él América Latina, se alejen cada vez más de la riqueza conceptual aportada por el pensamiento marxista y, consecuentemente, restrinjan las posibilidades de aprehenderlas y comprenderlas. No obstante, es prometedora la toma de conciencia de algunos pensadores y grupos de pensadores dentro de los medios académicos que proponen nuevas formas de acercamiento a las complejidades que exhibe la región latinoamericana. Es el caso de la perspectiva poscolonial (que sigue la tradición de José Martí y Carlos Mariátegui) con las contribuciones de Edgardo Lander, Enrique Dussel, Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Enzo Del Búfalo, Carlos Lenkersdorf, Boaventura de Sousa Santos, y otros. Y el ya clásico “Informe de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales” coordinado por Immanuel Wallerstein, publicado como libro con el título “Abrir las ciencias sociales”.

Por ésta y otras razones, consideramos necesario avanzar en la exploración de nuevas epistemologías que nos acerquen con mayor profundidad a la historia y actualidad de América Latina. Hacerlo desde la complejidad es sólo un camino, incierto como toda propuesta nueva, pero con la certeza que incitará a reflexiones y críticas. Cabe una aclaración, de entrada. La propuesta que se hace adelante de ninguna manera considera que los fenómenos de la física, la química, la termodinámica, de donde se han retomado las categorías analíticas, sean iguales o similares a los procesos y fenómenos sucedidos en Latinoamérica[1]. Se proponen estos conceptos y categorías como heurísticos para explorar la compleja realidad que ha sido, es y será Latinoamérica. Es una propuesta epistemológica para descubrir qué aparece, o cómo aparecen las épocas y los hechos consignados como parte del pensamiento dominante, eurocentrista, con el cual se ha hablado e interpretado Latinoamérica; ver cómo aparece su presente en un mundo globalizado; también ver si las utopías de hoy día se proyectan en futuros viables que recuperen las particularidades históricas de cada nación (Cerutti y otros, 1991; Cerutti y Páez, 2003).

Una segunda aclaración tiene que ver con los riesgos que implica moverse desde las epistemologías de la complejidad. Quienes trabajan con ellas comúnmente diluyen a los actores reales que son protagonistas y creadores, visibles u ocultos, de las realidades latinoamericanas. En muchas ocasiones cuando se abordan las realidades históricas, antropológicas, sociales, políticas, culturales, psicológicas, etc. mediante la modelización de sistemas complejos (De la Reza, 2010), se incurre en la dilución y ocultamiento del sujeto, mediante fórmulas que lo traducen a una estadística, un nodo, un componente, una relación, etc., despojándole de su estatuto de ser humano con todos y cada uno de sus atributos. Sucede un fenómeno parecido al que sucedió cuando el estructuralismo en los años setenta-ochenta se volvió dominante en el pensamiento de las ciencias sociales: hubo la negación y ocultamiento del sujeto.

 

Latinoamérica y el sistema-mundo

Hoy día ya no es posible pensar ningún lugar (territorio, localidad, país) sin pensar su ubicación en el mundo y la multiplicidad y complejidad de sus relaciones. De hecho, con las conquistas de América el mundo se vuelve global, las historias de todos los continentes se conjugan (hasta donde sabemos, pues desconocemos las posibles relaciones establecidas en tiempos remotos de la denominada “prehistoria”). Se abrió un nuevo capítulo para la historia mundial. Desde la óptica sistémica el mundo se convirtió en un sistema mundial, planetario (Morin y Kern, 1993). Se crea un holograma en el que, como señalan estos autores:

No solo cada parte del mundo forma parte del mundo cada vez más, sino que el mundo como todo está cada vez más presente en cada una de sus partes. Esto se verifica no sólo para las naciones y los pueblos, sino también para los individuos. Así como cada punto de un holograma contiene la información del todo del que forma parte, así, de aquí en más, cada individuo recibe o consume informaciones y sustancias de todo el universo. (Morin y Kern, 1993: 32).

El sistema-mundo compuesto de decenas de subsistemas, y éstos, a su vez, conteniendo infinidad de sistemas, menos extensos pero igualmente complejos, se están moviendo en tendencias generales pero contradictorias. Por un lado hay una tendencia a la unicidad, a la homogenización de modelos civilizatorios, culturales y de vida cotidiana, impelidos por los postulados doctrinarios del neoliberalismo; y por otra parte, muchos subsistemas producen estados estacionarios o vías retroactivas. Igual emergen procesos fractales que bifurcaciones. La pertenencia de América Latina al sistema- mundo al mismo tiempo que lo integra en una compleja red de relaciones, también le dota de autonomización en sus procesos.

Las utopías generadas para América (Cerutti y otros, 1991) son las tendencias previsibles, observadas o deseadas en que se desenvuelven los componentes del sistema. Su viabilidad es el grado de conocimiento construido sobre el sistema Latinoamericano y el sistema-mundo, o la identificación de la recursividad del sistema. Para Laszlo  “Los sistemas complejos no evolucionan sin problemas, paso a paso, son muy poco lineales. Sólo evolucionan paso a paso hasta un punto, y luego franquean un umbral de estabilidad y o bien se descomponen o se bifurcan” (Laszlo, 2008: 12-13).

Comprender la realidad contemporánea de América Latina es comprender las disyuntivas en las que el sistema-mundo se encuentra hoy. La crisis de civilización, o crisis multidimensional (que abarca la crisis económica, crisis ecológica, crisis financiera y crisis alimentaria) plantea la disyuntiva ¿evolución o extinción? (Laszlo, 2008), para el conjunto del sistema, es decir para todos los países y regiones del orbe, aunque las condiciones de cada subsistema sean distintas, y el proceso de creación de macrosistemas (integraciones regionales) intensifique sus intercambios entre sus elementos integrantes.                                                                                                                                                                                                                                                                

 

Sincronicidad


Los hechos históricos que fueron dando lugar a la idea de Latinoamérica y a su configuración como un imaginario definido (Guerrero y Lozada, 2007), sucedieron de manera sincrónica dentro de los países que la constituían, y también en sincronía con los hechos acaecidos en los otros continentes, aunque sincronía no quiere decir determinación (Mignolo, 2005). El surgimiento de Latinoamérica como idea estuvo estrechamente vinculado, y en sincronía, con los hechos históricos del sistema-mundo. Particularmente las guerras Napoleónicas en la Europa y los procesos colonizadores en Asia y África, hacían que lo sucedido en un lado creara necesidades en los otros lados. La sincronicidad de sucesos influyéndose mutuamente, no como determinismos insalvables ¾ no obstante lo pausado de las comunicaciones ¾ repercutían en los distintos órdenes de la política, la economía, la sociedad y la cultura. De este modo, el movimiento Bolivariano y las revoluciones independentistas de varios países en América concurrían al tiempo con las grandes revoluciones industriales y las denominadas revoluciones burguesas del siglo XIX, junto con las pugnas en el pensamiento filosófico idealista y materialista, y las ideas liberales y republicanas, acaecidas en Europa,

Ya en el siglo XX, la tesis del “desarrollo desigual y combinado”, que sirvió en los años setentas como “esquema de intelegibilidad” (Berthelot, 1998) para el pensamiento de izquierda, en su necesidad de explicación y entendimiento de las grandes desigualdades entre los países del hemisferio norte y los del hemisferio sur, pero a su vez de relaciones de interdependencia, llevó al reconocimiento de procesos distintos pero articulados.

Otro ejemplo de sincronicidad fue la época de los regímenes militares que ascendieron en muchos países de centro y Sudamérica a través de golpes militares. La mayoría de las veces se interpretaron la como resultados de una política militarista de los Estados Unidos de Norteamérica. En efecto, fueron promovidos por este último, pero como hechos históricos la sincronía de los sucesos abrieron una perspectiva distinta a la puramente política.

 

Fractalidad

Al pensar Latinoamérica dentro del concierto mundial, identificamos fenómenos de fractalidad (que se vieron muchos de ellos como “influencia” de los grandes centros hegemónicos hacia la “periferia”), es decir, de formas políticas y societales, que se desdoblaron en varias regiones latinoamericanas dentro de sus propios procesos locales.

En la ciencia política, la sociología y la economía se habla de sistemas sociales. Como tales evolucionan en las temporalidades marcadas por los acontecimientos histórico-sociales. Tradicionalmente esta evolución se enmarca dentro de las temporalidades calendáricas. Así, la evolución del sistema se comprende con parámetros temporales que impiden ver los ritmos y candencias. En consecuencia, los puntos de inflexión se observan como sucesos imprevistos, y no como rupturas previsibles de acuerdo a la evolución de las tendencias.

Vista la evolución del sistema dentro de parámetros de temporalidad producto de los hechos sociales, así como de los acontecimientos histórico-sociales, permite observar los puntos de inflexión que dan lugar a procesos fractales, o bifurcaciones que abren nuevas vías de desarrollo del sistema. Son los problemas insuficientemente trabajados de las inflexiones producidas en América Latina por la modernidad Europea, que en realidad no fue una sola, como muchos autores la conciben (Dussel, 1997; Zemelman, 2001). ¿De qué modo se conjugaron las tres modernidades europeas de las que nos habla Taylor (1999) en Latinoamérica? Nos referimos a la modernidad mercantil holandesa, la modernidad industrial inglesa, y la modernidad norteamericana del consumo, que trascendieron las fronteras de sus propios países generando procesos fractales y auténticas épocas (la época del mercantilismo, la época industrial, y la época del consumo). ¿Cómo se vivieron estas épocas en América Latina? ¿En realidad la fractalidad de estos procesos tuvieron su centro en esos países, o también hubo procesos fractales iniciados en el continente americano hacia los otros continentes? Cabe la pregunta ¿De qué modo los procesos histórico-antropológicos endógenos de Latinoamérica ingresaron como hechos producentes en las escalas mundiales?


La gran cantidad de estudios sociales, culturales, antropológicos, económicos y políticos realizados de manera local en cada uno de los países de América Latina, excepcionalmente hacen articulaciones “contextuales” con estos grandes procesos de modernización. Son situados en contextos na cionales, o acaso regionales, lo que impide ver los fenómenos de fractalidad. Hay conciencia de esta necesidad, pero sólo queda enunciada. Por ejemplo, nos dice Dabène (1999: 13): “Las consecuencias de la apertura repentina de los países al mundo moderno, a mediados del siglo pasado (XIX), son difíciles de estimar”. Este mismo autor hace una interpretación del proceso de aquella época en los siguientes términos:

La revolución industrial europea sorprendió a una América latina que todavía no había encontrado su equilibrio. Para ciertos países medio siglo de independencia no había sido suficiente para que se instaurar un orden político estable. Las increíbles conmociones provocadas por la ruptura de los lazos con España seguían originando amplias repercusiones. Casi por todas partes, unos hombres fuertes, caudillos, habían ocupado el vacío político dejado por la desorganización administrativa. La sed de poder de estos potentados locales, las rivalidades que les enfrentaban y la debilidad de los Estados centrales son otros tantos factores que explican las tensiones centrífugas que se pusieron en marcha en la mayoría de las sociedades latinoamericanas del siglo XIX. La preponderancia de los caudillos se afianzó en un sistema de dominación –el caudillismo- del que, aún hoy en día América Latina lleva la huella. Los grandes debates que animaban estas sociedades (...) dieron lugar a violentos enfrentamientos entre liberales y conservadores. Dada la escasa definición de las fronteras entre los países, estos desórdenes internos generaban, además y con frecuencia, conflictos. (1999: 13).

El ejemplo anterior nos muestra cómo se pueden interpretar un conjunto de hechos desde el ángulo de la política, y hacer comprensibles los rasgos de procesos más generales. Pero estos mismos hechos cobran otros sentidos si se interpretan bajo el heurístico de la fractalidad. Los ejercicios están por hacerse.

 

Atractores

La noción de “atractor” la podemos utilizar para entender lo que otros pensadores han denominado los “centros hegemónicos culturales”. No se trata de igualar el fenómeno físico de los atractores a los fenómenos culturales. Se intenta recuperar la heurística de la noción y su densidad interpretativa para mirar cómo las élites intelectuales de las sociedades latinoamericanas se vieron “atraídas” por distintos núcleos culturales en distintas épocas.

Lo sucedido en México es ilustrativo. La cultura francesa fue un poderoso atractor para las vanguardias intelectuales durante el Porfiriato. Las élites culturales reproducían los dictados y las modas artísticas, las tendencias científicas, las formas arquitectónicas,  los modos de pensar y los hábitos de la vida cotidiana en el vestir, la comida, el habla, etc. Formas culturales de las élites dominantes que se declararon ser la referencia de la “alta cultura”. Desde luego, muchas de estas formas también se volvieron atractores para las variadas formas de las culturas populares.


Destruido, o más exactamente, semidestruido, el régimen Porfirista por la revolución mexicana, en las siguientes décadas del convulsionado proceso de constitución del estado mexicano, hubo un desplazamiento del atractor cultural, ahora fue la cultura norteamericana, el “modo de vida americano”, el “sueño americano”. Más allá de los propósitos imperiales de los Estados Unidos para con México.

En los países sudamericanos la fuerza de atractor  de los Estados Unidos fue mucho menor que en México durante el siglo XX. El atractor subjetivo de mayor potencialidad fue Europa, y particularmente Francia, Alemania o Inglaterra; no en balde la corriente de pensamiento descolonizador surge y se define de cara al eurocentrismo, no frente a los Estados Unidos. ¿Tendrá que ver la ubicación geográfica de los países del Sur de América Latina, o las tradiciones culturales de los países que conquistaron y colonizaron esas regiones (Subirats, 1994)?    

En opinión de Tejeda (2010: 73-74)

Durante el siglo XX, los latinoamericanos hemos asimilado la vecindad geográfica y cultural que se tiene con los Estados Unidos de América. Se ha convertido en uno de los espejos más importantes de los latinoamericanos para ver su ideal, su modelo y su futuro. Antes veíamos hacia Europa y en particular hacia España, Inglaterra, Francia o Portugal. El dinamismo norteamericano, el american way of life y la cultura del consumo hedonista se convierten en un arquetipo de la estabilidad económica, la seguridad personal y el bienestar familiar y social. La expansión norteamericana hacia el sur, el imperialismo e intervencionismo de que han hecho gala nos ha alcanzado en múltiples ocasiones. El hecho de que hayan quedado como la única superpotencia internacional agrava la vulnerabilidad de las naciones latinoamericanas ante el coloso del norte. En las sociedades latinoamericanas se mezclan sentimientos encontrados de admiración, resentimiento, odio, desconfianza hacia los norteamericanos (...).       

En efecto, la anterior es una descripción de un proceso que aún nos falta por comprender desde otras perspectivas que hagan referencia a fenómenos que, incluso, han trascendido las propias voluntades de los gobernantes en turno. ¿Por qué ese país imperialista se ha convertido en un fuerte “atractor” para las burguesías, clases medias e incluso grandes sectores de desposeídos, en muchos países de centro y Sudamérica? La respuesta no es sencilla de responder.

 

Estructura disipativa, bifurcación

Pensada Latinoamérica como un sistema cuya estructura estuvo prácticamente dependiente de España, Portugal, Holanda, Inglaterra y otros países europeos, los movimientos independentistas operaron como un punto de inflexión a partir del cual se generaron bifurcaciones, creando nuevas estructuraciones al sistema. Quizás no fue un nuevo sistema, pero sí nuevas estructuras.

El punto de inflexión, en un momento determinado del proceso o de la evolución de un sistema, hacia la configuración de un nuevo estado, abre un periodo de inestabilidad y caos. Las direcciones contrarias o contradictorias dan lugar a la emergencia del nuevo estado del sistema. A estas bifurcaciones se les ha reconocido en América Latina como épocas de transición. Las transiciones han sido de regímenes militares a regímenes democráticos; o de regímenes autoritarios a regímenes democráticos. Las “transiciones a la democracia” han sido procesos que se originaron por la emergencia de actores políticos o sociales, o de rupturas de las hegemonías de los bloques del poder.

En la posguerra, los impactos económicos, políticos, societales y culturales se dejaron sentir en el conjunto de los países de América Latina, si bien sus territorios no fueron teatro de operaciones bélicas. Tan sólo para dar un ejemplo, el envío de soldados estadounidenses a Europa, y su consecuente abandono de los campos agrícolas, obligó al gobierno norteamericano a contratar miles de trabajadores mexicanos para los campos sureños. Con los denominaos “braceros” se abrieron flujos de migrantes mexicanos a los Estados Unidos que hasta la fecha no cesan. El sistema se abrió para que sesenta años después se cierre. Las economías locales se ajustaron a las economías de guerra.


Por otra parte, el mundo de la posguerra desestructuró también los sistemas políticos poscoloniales en muchos países de Sudamérica y Centroamérica. Muchos de ellos adoptaron sistemas derivados del nuevo imperio o de sus conquistadores. Pocos, de los que habían surgido de alguna revolución social o tenían el antecedente de largas guerras de liberación, se inspiraron en el modelo de la revolución soviética. Fue una búsqueda del lugar que deseaban tener en el nuevo escenario internacional. Sin embargo, desde 1945, varios países de América Latina (y también de Asia) habían experimentado regímenes militares impuestos mediante golpes de estado. En muchos de ellos la respuesta fue la emergencia de movimientos guerrilleros. Al respecto nos dice Hobsbawn (1994:438-439 y 350):

En los años cincuenta los rebeldes latinoamericanos no sólo se nutrían de la retórica de sus libertadores históricos, desde Bolívar hasta el cubano Martí, sino de la tradición de la izquierda antiimperialista y revolucionaria posterior a 1917 (...) En toda América Latina grupos de jóvenes entusiastas se lanzaron a unas luchas de guerrillas condenadas de antemano al fracaso, bajo la bandera de Fidel, de Trotsky o de Mao. Excepto en América Central y en Colombia, donde había una vieja base de apoyo campesino para los resistentes armados, la mayoría de estos fracasaron de inmediato (...)

Y añade:

La política del golpe de estado fue, pues, el fruto de una nueva época de gobiernos vacilantes o ilegítimos (...) En la segunda mitad del siglo, mientras el equilibrio de las superpotencias parecía estabilizar las fronteras y, en menor medida, los regímenes, los hombres de armas entraron de manera cada vez más habitual en política, aunque sólo fuera porque el planeta estaba ahora lleno de estados, unos doscientos, la mayoría de los cuales eran de creación reciente (carecían, por lo tanto, de una tradición de legitimidad), y sufrían unos sistemas políticos más aptos para crear caos político que para proporcionar un gobierno eficaz. En situaciones semejantes las fuerzas armadas eran con frecuencia el único organismo capaz de actuar en política  o en cualquier otro campo a escala nacional (...)

El concepto de “estructura disipativa” nos permite visualizar la manera como un orden social se colapsa y entra en caos hacia un nuevo ordenamiento; nos permite observar del conjunto de sucesos y acontecimientos aquel que representa el punto de inflexión y el origen de la bifurcación. Estos conceptos nos ayudan a observar si realmente el sistema se colapsó, si en efecto hubo un momento de inflexión, y si verdaderamente se ha originado un camino nuevo de ordenamiento del sistema. Usar estos conceptos de la complejidad  ¾que no significa despolitizar la epistemología (González Casanova, 2004)¾  hace posible valorar mediante una reflexión desideologizada si los procesos transicionales son auténticos, es decir, si se ha generado una bifurcación y el sistema ha entrado con una nueva vía de estructuración. Este es un problema importante porque en varios casos de transiciones a la democracia de países latinoamericanos, como es el caso de México, lo que hay de modificación del sistema es fundamentalmente en los ámbitos discursivos y jurídicos, pero las instituciones del estado, sus prácticas y las relaciones sociales y de producción se mantienen las mismas. Son procesos engañosos construidos desde el poder hegemónico de las clases dominantes (Lander, 2005).

 

En resumen

Mirar América Latina desde las epistemologías de la complejidad es una propuesta que tiene el propósito de explorar con sus conceptos y categorías la historia (gran historia e historia contemporánea), la cultura, los proyectos civilizatorios, las utopías, los genocidios, etc., etc. Reinterpretar los hechos desde ópticas procesuales y estructurales; que las miradas y pasiones con las que nos aproximamos a esta parte del continente, Latinoamérica, no queden atrapadas dentro de las fronteras que establecen los dominios disciplinares y restricciones académicas. Construir un nuevo esquema de intelegibilidad que supere los viejos (pero dominantes) paradigmas con los que continuamos investigando y reflexionando América Latina. Vale la pena el ejercicio.



Notas:

[1] Ni siquiera a nivel biológico operan las leyes de la física, como lo mostró Erwin Schrödinger en su libro ¿Qué es la vida?

 

Bibliografía:

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