Cuba: Duelo, memoria y horizonte reflexivo

Ricardo Melgar Bao

 

Era previsible la muerte del dirigente histórico de la Revolución Cubana y del primer experimento socialista antillano y latinoamericano. No es bueno olvidar que la Revolución cubana fue precedida por la Revolución Boliviana (abril de 1952) y el inconcluso y débil proceso revolucionario bajo el liderazgo de Jacobo Arbenz en Guatemala (1954), en el cual convergieron muchos contingentes del exilio continental. Tres Revoluciones convergentes, más allá de sus diferenciados signos políticos e ideológicos en nuestro continente, suscitaron fisuras en el «patio trasero» estadounidense. Tres procesos revolucionarios que no deben ser disociados por razones ideológicas o de historiografía «nacional». A lo que deberíamos agregar la recepción latinoamericana de dos procesos revolucionarios (China y Argelia), los cuales redimensionaron los pareceres de las izquierdas, pero también de las élites militares y políticas conservadoras. Se sumó la recepción de la Guerra de Corea y el nuevo curso de la lucha por la liberación nacional en Indochina (Vietnam). 

La década del cincuenta no fue una perita en dulce para el imperialismo. Las desmesuras neocolonialistas, pro- imperialistas y oligárquicas de la Guerra Fría fueron desnudadas y replicadas. No lo fue tampoco para la URSS, recuérdese la polémica en torno al informe presentado en el  XX Congreso del PCUS (febrero 1956) que terminó por derribar las estatuas de José Stalin y acabar con buena parte de su legado. También quedaron tambaleantes algunas de las certezas que habían orientado a los partidos comunistas en la mayor parte del mundo. La ocupación y represión en Hungría (1956) puso a la dirección soviética - y al movimiento comunista - en la encrucijada de explicar los motivos que llevaron al Ejército Rojo a castigar con dureza la disidencia formulada por el gobierno de Imre  Nagy. La presunta injerencia de Occidente en la revuelta, parecía más una cortina de humo que una explicación bien fundada de los hechos. Sobre estos temas de época, es bueno volver a consultar la compilación documental de los mismos, hecha por Albert Camus.


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África era una olla a presión en la cual el ejemplo heroico de Patricio Lumumba iluminaba el devenir político del Congo y alentaba los procesos autonomistas en toda la región.  En el sudeste asiático, con Vietnam como experiencia emblemática, crecían las expresiones políticas de vastos movimientos sociales anti-imperialistas y anti-coloniales, con declarados objetivos socialistas.

La segunda mitad de los años cincuenta y la década de los sesenta, vieron surgir nuevas expresiones de la izquierda revolucionaria que cuestionaban algunos de los lineamientos estratégicos  postulados por la URSS y aceptados por el movimiento comunista internacional. El debate adquirió especial relieve en el tratamiento de dos cuestiones clave: la “transición pacífica” del capitalismo al socialismo y el papel de la lucha armada en los procesos de liberación nacional y social de los países del Tercer Mundo.

Una vertiente de la nueva izquierda se nutrió de una relectura de los evangelios cristianos (Nuevo Testamento). De manera análoga a como se había modelado a mediados del siglo XIX la izquierda saintsimoniana (los gobiernos de Manuel Belzú en Bolivia, de Juan Vicente Melo en Colombia, el Movimiento de la Sociedad de la Igualdad en Chile, liderado por Francisco Bilbao y sus ecos relevantes en Argentina y en Perú). Una segunda vertiente se perfiló en los movimientos consejistas obreros del norte de Italia y la recuperación del pensamiento de Antonio Gramsci, así como del movimiento espartaquista en Alemania, liderado por Rosa Luxemburgo y el pensamiento existencialista de Jean Paul Sartre. La última corriente de la nueva izquierda abrevó en los nacionalismos plebeyos radicales de contenido independentista y anti-colonial, que tuvo una de sus manifestaciones en el mundo árabe con el gobierno de Gamal Abdel Nasser. En su gestión se corporizaron buena parte de los ideales de justicia social y autonomía política que brotaban como hongos en la mayoría de las naciones del Tercer Mundo.

La firme decisión del presidente Nasser con respecto al manejo de los recursos y el reclamo por la soberanía del Canal de Suez, tuvo al mundo al borde del colapso. La agresión franco-británica fue contenida por la política inclaudicable del gobierno egipcio y por la actitud solidaria de la Unión Soviética y de los movimientos de liberación nacional en los jóvenes estados emergentes del Tercer Mundo.

La Revolución Cubana llegó más lejos que las que le precedieron, constituyendo un parte aguas en la historia continental y de las izquierdas. A partir de ese contexto, Fidel Castro se hizo figura histórica, más allá de la mayor de las Antillas.

Por todo lo anterior y más, la muerte de Castro es tema de debate internacional. Las maquinarias mediáticas al servicio de los poderes fácticos le vienen dedicando muchas horas a la muerte de Fidel, indicador fuerte de que más que informar, asumen su papel como gladiadores en esa incansable batalla de imágenes y de ideas contra las izquierdas, imaginarias y reales. Por su lado, las izquierdas, en su debilidad real y heterogeneidad, oscilan entre la retórica hagiográfica de Fidel y la crítica «purista», diciendo más de lo mismo, salvo muy contadas excepciones. Más paja que grano duele para quienes persistimos en buscar y hacer un mundo mejor, una América nuestra, justa, solidaria, plural, tolerante. 

Por supuesto que la partida de Fidel ha sido una «muerte anunciada» por los inevitables signos de desgaste de la vida. Hace una década, nuestro personaje, ahora extinto, decidió por voluntad propia, renunciar a las exigencias que le demandaba ser el titular de la gestión estatal, su conductor. Era consciente, que seis años antes, se había reanimado una disputa en torno a su relevo y la reorientación política y económica del Estado, la cual en parte, era intergeneracional.

Los antecedentes que conozco, me remontan a los años del llamado “período especial”. Recuérdese que en 1991, tras la caída del socialismo real, la Cuba agroexportadora y dependiente, sobrevivió digna y austeramente a su peor crisis. Por ese tiempo, se dieron los preparativos del IV Congreso del PCC, los cuales tuvieron excesos y confrontaciones infecundas y censurables. La presión a favor de la renovación, fue «ablandada» por la facción liderada por Raúl Castro. Algunos delegados fueron apaleados por los CDRs, sólo algunos. Por vez primera, se celebraba fuera de La Habana un magno Congreso.


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Santiago de Cuba, tierra en que la izquierda comunista ha probado apostar de otra manera a la renovación historiográfica del PCC, lo refrenda en sus publicaciones. Coyuntura densa. Gravitaba la campaña radial procedente desde Miami, la cual coincidió con la contienda entre las corrientes socialistas, debilitando a las más críticas y propositivas. Más de un delegado, en La Habana, me expresó, que esa campaña no los favorecía, corrían el riesgo de que fuesen estigmatizados por demandar un viraje socialista. Alguno, para el cual traía unos regalos (jabones, tequila, libros) de un amigo mexicano, me manifestó que en el momento previo al Congreso, no era prudente tener encuentros con extranjeros y menos recibir obsequios, podía ser usado en contra de su corriente. De los 1,772 delegados muchos prefirieron un táctico silencio para no ser acusados de ser correa de transmisión de los Mas Canosa y otros personajes de Miami. Lamentablemente, se perdió una gran oportunidad de renovación generacional y de ideas. En general, las corrientes renovadoras vieron menguadas sus posiciones. La más visible, la martiana. Armando Hart, descendió un peldaño en la cúpula. Todas las ciudades cubanas, previamente, habían cambiado su política de imágenes en los espacios públicos a favor de José Martí como símbolo de identidad, unidad y resistencia nacional. 

En los siguientes Congresos, el número de delegados fue en descenso: V Congreso 1,486 (1997), VI Congreso 986 (2011). Entre el V y el VI pasaron trece años, un quinquenio sin Fidel como figura mayor de la vida orgánica. Quienes saben algo de política militante no se pueden contentar con argumentos de austeridad. Las dudas razonables siguen interpelando el curso de la vida orgánica del PCC y los ajustes de cuentas en la cúpula estatal y militar. Fue saludable que la agenda económica se bajase a discusión de bases. 

Fui testigo presencial, por casualidad, de que hubo críticas duras desde abajo. Un ejemplo: se señaló a coro, el impacto negativo que tendría para los jubilados el recorte de la tarjeta de suministros de víveres y complementos. Todas las críticas eran animadas por un espíritu sincero de renovación socialista. Otro ejemplo, más duro: las críticas a la burocracia fueron recurrentes, señalaban, a veces con nombres y apellidos, haber caído en prácticas corruptas o irresponsables. Cuba tiene modos y tiempos más autoritarios como la llamada década gris iniciada en 1971, la cual laceró el campo intelectual. Aún conservamos el recuerdo amargo cuando desde el ministerio de cultura y educación,  se prohibió la música de  The Beatles en las radios habaneras. Extraño a Pensamiento Crítico y la política editorial previa. A contracorriente, hubo y se siguen dando, expresiones muy interesantes y valiosas de sana disidencia y propuestas merecedoras de enriquecer las políticas de Estado. Fidel, representa ambos tiempos y sus varios ciclos: el de la Revolución y el de la construcción socialista. Figura brillante, humana y por ende, necesariamente contradictoria. No me toca juzgar sus decires, escritos y quehaceres. Me interesa sí, reflexionar a voz abierta, a palabra suelta. 


Imagen 3. Reuters

Termino. Un día después, dos, tres... de acaecido el deceso de Fidel Castro, da hoy inicio la segunda fase ritual de su despedida: el peregrinaje de sus cenizas siguiendo las huellas, sombras, testimonios y recuerdos de la accidentada pero exitosa gesta serrana del Movimiento 26 de Julio, el de la bandera rojinegra, las de los colores de una deidad importante presente en el imaginario y la cultura popular afrocubana: Changó. El peregrinaje no cierra el proceso ritual, pero sí le otorga su más importante contenido político-cultural. Procuro situarme en las lindes e intersticios de la cultura política cubana. En otra oportunidad me extenderé sobre la gesta revolucionaria, reivindicando el papel convergente de corrientes urbanas muy importantes como el Directorio... Hace muchos años dejaron de seducirme las historias oficiales, las historias-tradición, no el sueño colectivo y solidario, no la esperanza igualitaria, no el ideal libertario. 

 

Cómo citar este artículo:

MELGAR BAO, Ricardo, (2017) “Cuba: Duelo, memoria y horizonte reflexivo”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 30, enero-marzo, 2017. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 26 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1441&catid=15