Memorias de la Guerra Fría: Historiografía Soviética Latinoamericanista

Este artículo tiene como objetivo la reconstrucción de una polémica historiográfica en torno a los estudios latinoamericanos soviéticos, en particular los estudios sobre la Revolución Mexicana, sostenida durante la década de 1960 entre el estadounidense Gregory Oswald, el mexicano Juan Antonio Ortega y Medina, y los soviéticos Iosif Grigulevich-Lavretskii, Moisés Alperovich, y Yakob Mashbits. Además de la reconstrucción de la polémica, se incluyen algunos comentarios acerca de la valoración que ésta tuvo en el periodo postsoviético.

Palabras clave: Unión Soviética, América Latina, Historiografía, Estudios Latinoamericanos, Guerra Fría

 

Introducción

J. G. Oswald está molesto con el hecho de que los
historiadores soviéticos escriben acerca de y censuran el
“Imperialismo yanqui”. ¿En verdad, entonces, es el imperialismo yanqui
un mito creado por los historiadores soviéticos?[1]

El estereotipo de los académicos soviéticos como un grupo de hombres cubiertos con pesados abrigos grises irrumpiendo en los congresos internacionales y cuestionando acre, puntillosa e insistentemente a sus homólogos estadounidenses parece encajar con la descripción que, en la introducción de su Historiografía Soviética Iberoamericanista (1945-1960), ofrece Juan Antonio Ortega y Medina (1961) como la una de las motivaciones para la publicación de este libro. Si bien este libro de Ortega y Medina constituye la primera obra sobre el tema publicada en español, ciertamente no fue la primera en analizar y discutir la historiografía soviética latinoamericanista.

Por otro lado, sí existe una correspondencia entre la aparición de este libro y el inicio de la etapa más prolífica del latinoamericanismo soviético, el cual observaría un crecimiento constante y una actividad editorial extensa hasta la desintegración de la Unión Soviética. La producción latinoamericanista soviética fue objeto de innumerables críticas y alabanzas en todo el orbe. Hacer un estudio que aglutine todas las discusiones en torno a ésta sobrepasa sin duda los límites del presente artículo, el cual tiene objetivos mucho más modestos.

Este artículo tiene como objetivo principal la reconstrucción de una polémica historiográfica sostenida durante la década de 1960 principalmente por Juan Antonio Ortega y Medina, Gregory Oswald, Moisés Alperovich y Iosif Grigulevich-Lavretskii,[2] cuyas discusiones se centraron en torno al tema de la historiografía soviética latinoamericanista como tal.[3]Procuro abordar los textos, en la medida de lo posible, de manera cronológica; sin embargo, en algunas secciones priorizo la claridad en la exposición a la precisión cronológica, espero que tal procedimiento no incomode al lector.

Este texto se divide en seis secciones. En la primera sección se ofrece un panorama muy general de los Estudios Latinoamericanos en la Unión Soviética. Los siguientes apartados se enfocan en la polémica propiamente dicha; así, refiero una recensión de Lavretskii sobre la Hispanic American Historial Review publicada en 1959 y algunas de las contracríticas presentadas por Gregory Oswald (apartado segundo), la entrada de Juan Antonio Ortega y Medina en la polémica (apartado tercero), las respuestas de Grigulévich a Gregory Oswald y de Moisés Alperovich a Ortega y Medina (cuarto apartado), y la contracrítica de estos últimos (apartado quinto). Finalmente, la sexta y última sección corresponde al epílogo.

Como en todo trabajo, este artículo fue hecho con el apoyo de muchas personas, las cuales me han acompañado a través de los años y han sabido perdonar mi vaguedad y lentitud. Andrés Kozel, quien me sugirió hacer este artículo desde hace varios años y esperó pacientemente su culminación. Ignacio Sosa, quien me inició en esta aventura por la empolvada historiografía soviética latinoamericanista. Ricardo Melgar, quien me invitó desde hace mucho a colaborar con La Pacarina del Sur, su gran aventura. Dahil Melgar, quien a través de internet me facilitó muchos textos a los cuales no habría tenido acceso fuera de México. Debo agregar la nota que cierra toda introducción: no se culpe a nadie de mis yerros.

 

Los Estudios Latinoamericanos en la Unión Soviética

Si bien en el periodo de entreguerras hubo algunos estudios sobre América Latina,[4] no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que se comenzó a formar la primera generación de latinoamericanistas soviéticos, cuando se creó el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de los países de América –luego sería el Departamento de América Latina- del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de la URSS, siendo el lugar más importante de la producción historiográfica latinoamericanista hasta 1961, año de la fundación del Instituto de América Latina (ILA).


De acuerdo con Schelchkov (2002), estos jóvenes historiadores se “repartieron” el continente para comenzar sus investigaciones y trabajaron alrededor de tres lustros, sobre todo a partir de fuentes secundarias estadounidenses y latinoamericanas,[5] sobre el movimiento obrero, los Partidos Comunistas, las guerras de independencia, y las posibilidades de una revolución de carácter comunista en América Latina. En estos primeros años, la Revolución Mexicana tuvo un lugar especial en los estudios hechos por soviéticos; como se muestra más adelante, este tema fue el punto nodal de una polémica en la que estuvieron involucrados los autores mencionados en la introducción.

Durante la década de los cincuenta, los latinoamericanistas soviéticos comenzaron a asistir a congresos internacionales de historia con un objetivo muy claro: en primer lugar, hacer patente la existencia del estudio de América Latina en la URSS; en segundo lugar, responder a las posturas “burguesas” –primordialmente las estadounidenses- sobre los temas latinoamericanos (cfr. Alperovich, 1995; Ortega y Medina, 1961; Schelchkov, 2002). El crecimiento en el número de latinoamericanistas, así como un cambio en la dirigencia política de la URSS, dieron lugar a la fundación del ILA, donde las actividades académicas comenzaron, como ya se mencionó, en 1961, y en cuyo seno continúan trabajando los latinoamericanistas rusos en la actualidad.

Casi una década le tomó al ILA generar más recursos bibliográficos y humanos. Mientras los primeros latinoamericanistas soviéticos publicaron su obra en revistas de historia de carácter más general como Voprosi Istorii y Novaia i noveishaia istoriia,[6] a medida que avanzaron los años y el ILA continuó creciendo, se hizo posible la publicación de una revista especializada. En 1969 se comenzó a publicar mensualmente la revista en ruso Latinskaia Amerika, y, a partir de 1974 y de manera cuatrimestral, su versión al español, América Latina, con una compilación de traducciones de los artículos aparecidos en la versión en ruso; en 1979, América Latina comenzó a aparecer también de manera mensual. Ambas revistas continuaron siendo publicadas hasta mediados de la década de los noventa del siglo pasado.

En este marco es que se incrustó la labor de los pioneros del latinoamericanismo soviético, quienes formaron innumerables generaciones de especialistas durante más de treinta años, algunos incluso hasta después de la caída de la Unión Soviética, como es el caso de Moisés Alperovich, quien continúa trabajando como investigador del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Rusia, o Víctor Volski, quien fuera director del ILA hasta su muerte, a finales de la década de los noventa. Menester es ahora avocarnos a la polémica que marcó su “entrada” en el diálogo historiográfico internacional.

 

Grigulevich-Lavretskii

A finales de 1959 apareció en la revista de historia Voprosi istorii una reseña del periodo 1956-1958 de la revista estadounidense Hispanic American Historical Review (HAHR). Este artículo marcaría el inicio de una polémica entre su autor, Iosif Romuladovich Grigulevich-Lavretskii, y Gregory Oswald, quien se dedicó por muchos años a estudiar la actividad latinoamericanista soviética (véase Oswald, 1960, 1961, 1963, 1963a, 1965, 1966, 1967). En 1960 había aparecido en la propia HAHR una traducción al inglés de este artículo hecha por Gregory Oswald (cfr. Oswald, 1960). A su vez, Oswald le envió esta traducción al inglés a Ortega y Medina, quien tradujo esta versión al español y la incluyó en su Historiografía Soviética Iberoamericanista… lo cual significó el ingreso de Ortega y Medina en la discusión.

La importancia de esta reseña es que fue la primera crítica a la historiografía latinoamericanista estadounidense hecha por un soviético. El tono y contenido de la misma son sumamente ácidos, carece del lenguaje plano y el tono homogeneizado que le atribuirían después a los latinoamericanistas soviéticos autores como Ortega y Medina (1961, 1965) y Flamand (1961). Esta reseña es una diatriba, cuidadosa y minuciosamente elaborada, en contra de las “interpretaciones burguesas” de la historia latinoamericana presentes en la HAHR, de lo cual la siguiente cita es un excelente ejemplo:

(…) La mayor parte de estas recensiones está redactada en un sosegado tono “académico”. Solamente cuando el examen crítico se realiza sobre la obra de un autor progresista, pierden algunos de los críticos su habitual tono desapasionado.

Como se pone de manifiesto por la composición de la dirección de  la revista y, por consiguiente, por el contenido de los artículos, la HAHR tiene la pretensión de representar no únicamente a la mayor y principal parte de los historiadores estadounidenses ocupados con Latinoamérica, sino también de reclamar para sí a los especialistas de otros países, quienes representan las diversas corrientes historiográficas burguesas, desde la liberal hasta la jesuita incluso. (…) Sin embargo, la posición doctrinal idealista de los autores no les permite descubrir las causas reales de los fenómenos o acontecimientos sujetos al análisis.[7]

Como era de esperarse, una crítica como esta no fue bien acogida entre los latinoamericanistas estadounidenses y, al menos en el caso de Oswald, las respuestas a este tipo de críticas –de las cuales la de Grigulevich-Lavretskii fue la primera en una larga lista- se fundamentaba sobre todo en la propia historiografía estadounidense y, salvo algunas excepciones como la del propio Ortega y Medina, las menciones a autores latinoamericanos son realmente escasas, por no decir nulas;[8] en otras palabras, al menos en términos de las fuentes, Oswald no le dio una respuesta tan contundente a Grigulevich-Lavretskii en lo tocante a la asunción de ciertos académicos estadounidenses de representar a todos los especialistas en el subcontinente latinoamericano. Otro elemento a destacar en la contracrítica de Oswald es que, aún cuando aceptara y reportara que autores como Ortega y Medina llegaron a estar de acuerdo con la visión de Grigulevich-Lavretskii en cuanto a la participación estadounidense en la Revolución Mexicana –en un caso historiográfico concreto-, Oswald (1963) insistió en la ausencia de tal participación, una vez más, aludiendo trabajos históricos hechos por estadounidenses. En este sentido, y siguiendo con Grigulevich-Lavretskii, otra de las principales críticas soviéticas al latinoamericanismo estadounidense seguiría el tono de la siguiente cita:

Empleando un infinito número de argumentos diferentes, la mayor parte de los autores de los artículos citados líneas arriba, no obstante su disfraz de objetividad, intenta justificar las acciones de los círculos dominantes de los Estados Unidos y de los monopolios norteamericanos sobre los países de la América Latina. La filosofía de los autores se reduce, en último análisis, a la convicción de que la política latinoamericana de los Estados Unidos se ha basado siempre en razones idealísticas; aun cuando, no obstante, la política obró realmente en detrimento de los pueblos de Latinoamérica, la falla se imputa a diversas circunstancias, de las cuales no eran responsables los círculos norteamericanos dominantes.

La palabra “imperialismo” es mencionada tan sólo en las páginas de la revista, cuando se aplica al período precolombino. (…) Realmente los editores consideran como su tarea básica la vindicación del imperialismo norteamericano, aunque se abstienen de usar tal término.[9]

Esta crítica está vinculada también al hecho de que la HAHR se enfocaba sobre todo en el periodo colonial y en los procesos de independencia latinoamericanos; por otro lado, Grigulevich-Lavretskii reportaría una ausencia de artículos referentes al periodo contemporáneo, en especial en la región del Circuncaribe, donde los Estados Unidos tenían muchos intereses.

Ciertamente, el tono con el que Grigulevich-Lavretskii escribió esta reseña ya no se utilizó en el periodo posterior a la Guerra Fría, en los últimos veinte años se ha optado por “objetivizar” el lenguaje académico y “limpiarlo” de cualquier dejo de pasión excedida en la descripción de los fenómenos sociales y en la discusión sobre los distintos modos de interpretación de los mismos. No obstante lo anterior, es innegable el hecho de que la labor académica, circunscrita a las instituciones académicas y realizada por seres humanos con una subjetividad de la cual no se pueden sustraer, suele estar entrecruzada por orientaciones de diversa índole. En este artículo, Grigulevich-Lavretskii “puso el dedo en la llaga” e hizo patentes algunas de las “debilidades” que la historiografía latinoamericanista estadounidense tuvo durante el periodo de la Guerra Fría.

La respuesta a esta crítica lanzada por Grigulevich-Lavretskii no se hizo esperar, Gregory Oswald, quien trabajaba en la Universidad de Arizona, comenzó a dar un seguimiento sistemático a la historiografía soviética, principalmente la latinoamericanista. En América Latina, por otro lado, sólo un historiador mostró interés en darle seguimiento al tema de la historiografía soviética, Juan Antonio Ortega y Medina, académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuyo primer trabajo sobre el tema es el tema del siguiente apartado.

 

Ortega y Medina (primera intervención)

En 1961 apareció Historiografía Soviética Iberoamericanista (1945-1960), de Juan Antonio Ortega y Medina. Este libro es una compilación de cuatro artículos sobre la historiografía soviética del periodo inmediato a la posguerra, los dos primeros, de Manfred Kossok y Iosif Lavretskii, los dos últimos del propio Ortega y Medina. En los siguientes párrafos comento todos ellos, a excepción del de Grigulevich-Lavretskii, el cual ya fue comentado en el anterior apartado.

El primer artículo que aparece en el libro, “Estado de la historiografía soviética referente a la América Latina”, escrito por el alemán oriental Manfred Kossok,[10] es un panorama de los trabajos latinoamericanistas hechos por soviéticos desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de la década de 1950. Cabe destacar la recepción positiva de Kossok ante estas obras en tanto primeras aproximaciones a la historia latinoamericana desde un punto de vista marxista.[11] Kossok parecía entrever un “programa” de la sistematización marxista de la historia latinoamericana en las obras de los historiadores soviéticos, cuyos temas principales eran las revoluciones de independencia, la Revolución Mexicana, el movimiento obrero y los partidos comunistas latinoamericanos.[12]

El objetivo de la inclusión del artículo de Kossok era ofrecer al lector hispanohablante –el cual presumiblemente tendría un conocimiento prácticamente nulo de los temas y autores del latinoamericanismo soviético- una panorámica introductoria en la cual se insertaran los siguientes artículos, a saber, el artículo de Lavretskii, el cual fue incluido como un ejemplo particularmente importante dada la repercusión que tuvo entre los latinoamericanistas estadounidenses, y un par de reseñas críticas que Ortega hiciera sobre los libros La revolución mexicana (cuatro estudios soviéticos), coordinado por Borís Rudenko, y La Revolución Mexicana de 1910-1917 y la política de los Estados Unidos, escrito en coautoría por Moisés Alperovich y Borís Rudenko. En este artículo comento ambas reseñas de manera conjunta.

Las críticas que Ortega y Medina señalaría en este par de ensayos corresponden con las críticas que en general se le harían a la historiografía soviética. En primer lugar, el estilo del discurso, acompañado de una interpretación histórica particular, así como de un recurso ausente a las fuentes originales y, en contraste, un abuso en el uso de fuentes secundarias.[13] En segundo lugar, acusa a los soviéticos de no reconocer la posibilidad de existencia de tendencias izquierdistas distintas a la marxista-leninista, en el caso particular del estudio de la Revolución Mexicana, de sus alas anarquizantes.[14] Otra crítica, muy relacionada con la anterior, es una tendencia soviética a comparar los movimientos revolucionarios –en este caso el de México en 1910- con la Revolución Rusa de 1917 y, a partir de estos parámetros, calibrar los “aciertos” y “fallas” de los mismos y, en el caso mexicano, explicar las razones de su “fracaso”.[15] La cuarta crítica que hizo Ortega y Medina a los latinoamericanistas soviéticos era el papel central que le daban a los Estados Unidos en los procesos históricos latinoamericanos, sobre todo los contemporáneos, como si ninguno de ellos se pudiera explicar sino a través del “imperialismo” yanqui.

A pesar de haber hecho estas críticas, Ortega y Medina se mostraba optimista ante el surgimiento de los Estudios Latinoamericanos soviéticos, en la medida que era una oportunidad de ampliar las interpretaciones sobre la historia iberoamericana. En su momento, Ortega y Medina le apostaba mucho al inicio de los estudios sobre la Unión Soviética en el Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México, proyecto que, sin embargo, nunca llegó a concretarse. No obstante lo anterior, el libro de Ortega y Medina sí encontró eco, aunque no donde él esperaba, ni mucho menos en los términos que él habría preferido: las respuestas de los rusos llegarían rápidamente.

 

Los rusos contraatacan

En febrero de 1961 Grigulevich-Lavretskii publicó en Voprosi istorii su respuesta a la traducción y presentación que Oswald hiciera de su artículo de 1959 –arriba comentado- en la HAHR. En este breve texto Grigulevich hizo declaraciones muy provocativas, tales como la cita siguiente:

(…) al mismo tiempo que se pronuncian en contra de la “exportación de la revolución”, los comunistas también condenan enfáticamente la “exportación de la contrarrevolución” tolerada y auspiciada por los EUA y sus aliados en sus bloques agresivos. (…) [quienes] tratan de llevar a los países neutrales a los bloques agresivos empleando todo tipo de tretas, aplicando presiones económicas, usando un servicio secreto interno con el propósito de llevar a cabo actividades subversivas y, cuando esto no tiene resultados, recurren a la intervención militar directa, la cual, como regla, llega con el eslogan de “rescatar” aquellos países del peligro inexistente del “Comunismo Soviético”.[16]


Cabe resaltar aquí el momento en el que se estaba haciendo esta declaración 1961, es decir, en pleno auge de la Guerra Fría. Muchos de los argumentos esbozados posteriormente en los estudios sobre del papel de los Estados Unidos en la historia latinoamericana, así como el discurso político de la derecha latinoamericana, son enumerados en esta breve cita. No es que, como escribiera Ortega y Medina en su Historiografía Soviética Iberoamericanista…, Grigulevich-Lavretskii estuviera escribiendo una interpretación maniquea en la cual las ovejas del cuento fueran los países latinoamericanos, y el lobo feroz fueran los Estados Unidos; sino que está mostrando el otro lado de la moneda, i.e. la existencia del discurso y las políticas anticomunistas, cuya influencia en la actividad académica también se hizo sentir en nuestro continente. Ante la acusación de la falta de libertad entre los historiadores soviéticos, Grigulevich-Lavretskii menciona la política macartista y la “cacería de brujas” que hubo en la década de los sesenta en los Estados Unidos:

Es bien sabido que, bajo las condiciones actuales, en los Estados Unidos es imposible convertirse en un investigador objetivo si uno no posee coraje cívico. Al investigador objetivo, como vemos, le llegan inevitablemente las agresiones crudas del imperialismo americano y puede, como consecuencia de esto, convertirse en una víctima del comité de investigación de actividades anti-americanas. Un ejemplo de esto es el destino de un académico como Owen Lattimore[17] y varios otros. [18]

Finalmente, Grigulevich-Lavretskii cerró su respuesta con la siguiente declaración:

Mi oponente advierte a los lectores de la HAHR que mi artículo es un ejemplo de la investigación histórica alineada con el partido y la aplicación de los principios del marxismo-leninismo a los problemas de la historia latinoamericana, en sus palabras eso suena como si esto fuera algo incompatible con la profesión de historiador. Él ni siquiera sospecha que estoy orgulloso de tales acusaciones.[19]

El historiador como militante, ¿una especie extinta? Lo cierto es que en la actualidad sería muy difícil de encontrar un historiador que hiciera explícitas sus preferencias políticas –de izquierda o de derecha- aún a pesar de que su tratamiento de los temas permitiera al lector atento percatarse de las mismas.

La respuesta a Oswald, como vimos, provino de Grigulevich-Lavretskii. La respuesta a Ortega y Medina, por otro lado, sería la misión del “decano” de los Estudios Latinoamericanos soviéticos: Moisés Alperovich.

En 1963, dos años después de la aparición del libro de Ortega y Medina, Alperovich publicó en ruso Historiografía Soviética Latinoamericanista. Este trabajo, apareció por primera vez en español en 1965, en el primer número de la revista mexicana Historia y Sociedad, cuyo director era Enrique Semo; el trabajo también sería publicado en Caracas por la Universidad Central de Venezuela en 1969. Ortega, por supuesto, lo leyó en la revista mexicana.[20]

En la versión mexicana, Alperovich ofrece un resumen historiográfico del periodo 1956-1963; en la versión venezolana se incluye un segundo artículo con un resumen historiográfico del periodo 1963-1969 y algunos comentarios sobre la recepción y las críticas de los estudios históricos soviéticos referentes a América Latina.

En su resumen, Alperovich calificaría de “esquemáticos” y “demasiado sociológicos” los trabajos producidos en la década de 1920,[21] identificaría en el trabajo de Miroshevskii el inicio de los Estudios Latinoamericanos soviéticos, y señalaría 1956 –año en el que se llevó a cabo el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética,[22] cambió la dirigencia política y se comenzó con la desestalización- como comienzo de la labor editorial y de investigación más importante de los primeros latinoamericanistas soviéticos. Alperovich puso especial atención en mencionar la “defensa” que los historiadores soviéticos hacían cotidianamente de su propio trabajo ante los “ataques” de los investigadores “burgueses” y “antiprogresistas”. En este sentido, escribió sobre Oswald:

(…) se ha creado la bien triste fama de calumniador principal de la literatura científica que se edita en la URSS sobre problemas latinoamericanos (…) En febrero de 1961 la revista The Hispanic American Historical Review publicó la reseña ya citada de J. G. Oswald sobre la literatura histórica soviética referente a los temas latinoamericanos, publicada en la URSS después de la guerra. A pesar  de que el autor se refiere en forma sumamente parcial y tendenciosa a los trabajos de los latinoamericanistas soviéticos, el mismo hecho de la aparición de este artículo, así como los datos que hemos citado anteriormente, demuestran que nuestros adversarios no están en grado de ignorar los éxitos alcanzados en los últimos tiempos por esta joven rama de la historiografía soviética. [23]

Y sobre el libro de Ortega y Medina:

(…) aunque rechaza el método de investigación de los investigadores soviéticos –el materialismo histórico- y les hace una serie de imputaciones, el autor reconoce al mismo tiempo que, ‘el aporte soviético a nuestra historiografía es importante y se caracteriza por méritos objetivos y subjetivos’. Él subraya que en la actualidad es imposible estudiar la historia de América sin tener en cuenta los trabajos de los historiadores soviéticos en este campo.[24]

Si bien Alperovich aceptaba en este libro algunas críticas hechas por Oswald y Ortega y Medina –tales como el esquematismo, la consulta insuficiente de fuentes primarias, la escasez de latinoamericanistas, así como el menor eco que el latinoamericanismo soviético tenía en los foros internacionales-,[25] la sola existencia de tales críticas no eran sino la señal de los avances del latinoamericanismo soviético. Cabe destacar que, en la edición de 1965, Alperovich usó un tono bastante agresivo, sus comentarios iban más o menos en la misma línea que los de Grigulevich-Lavretskii; por otro lado, en la edición de 1969, Alperovich optó por un tono más conciliador, tal vez para concluir con la polémica iniciada nueve años antes. Hasta ahora no he encontrado documentos posteriores a 1969 relativos a esta polémica. Si bien podemos marcar el final de esta polémica en 1969, con la edición venezolana del libro de Alperovich, entre 1965 y 1969 aún hubo algunas “contracríticas” por parte de Oswald y Ortega y Medina, las cuales son objeto del siguiente apartado.

 

Crítica y contracrítica

Gregory Oswald, historiador latinoamericanista de la Universidad de Arizona, fue de los pocos especialistas en la historiografía soviética sobre nuestro continente; el conocimiento del idioma ruso le permitió el contacto de primera mano la versión soviética de la historia latinoamericana y, de allí, difundirla a través de sus traducciones al inglés. Fue a través de Gregory Oswald que Ortega y Medina tuvo conocimiento de muchos trabajos hechos por soviéticos y, en particular, de las críticas de éstos al libro de Ortega publicado en 1961. En 1965 Ortega y Medina decidió publicar mediante un sobretiro del Anuario de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de  la UNAM su respuesta a una de esas críticas, hecha por Iákov Mashbits, y al libro de Alperóvich, esta respuesta aparecería bajo el título Crítica y contracrítica a la historiografía soviética iberoamericanista.

La Crítica y contracrítica… incluye la traducción directa del ruso al español del texto de Mashbits y una respuesta, punto por punto, a las críticas lanzadas por el soviético. Cabe destacar que, según declaró Ortega y Medina en este texto, esta respuesta fue, al mismo tiempo, tanto como para Mashbits como para Alperovich.

En su recensión, Mashbits[26] acusaría a Ortega y Medina de pronunciarse en contra del método marxista- leninista y del latinoamericanismo soviético a partir de sólo dos obras sobre México, además, se quejaba de que Ortega y Medina hubiera declarado que el interés soviético sobre América Latina fuera sólo un producto derivado de la confrontación ideológica que desde la Segunda Guerra Mundial la URSS venía llevando a cabo con los EUA. Según el ruso, Ortega y Medina no veía diferencia alguna entre los latinoamericanistas estadounidenses y los soviéticos, al mismo tiempo que tachaba a estos últimos de dogmáticos[27] y, por lo tanto, carentes de objetividad.

Ortega y Medina, preso de la ira, se dedicó a responder. En primer lugar, le resultaba particularmente irritante el hecho de que, siendo para él tan importante la terminología al respecto, los soviéticos no hicieran una diferenciación de los términos Iberoamérica, Hispanoamérica, y Latinoamérica y se limitaran a usar éste último en sus estudios, y no sólo eso, sino que además, en la traducción de los textos en español al ruso, los tradujeran todos como Latinoamérica.

En segundo lugar, Ortega y Medina apuntaba que, ni siquiera el propio Marx tuvo una concepción acabada y última, ni sobre América Latina, ni sobre la propia Rusia, ni sobre la Revolución Comunista en el mundo.[28] Relacionado con el método, Ortega y Medina también negaría la completa objetividad en el trabajo del historiador.[29] En el caso concreto de la historiografía soviética, escribió:

(…) no siempre la ciencia histórica soviética ha mostrado un correcto empleo de la objetividad (…) lo que está ahora a discusión no es la mecánica del materialismo histórico, sino la sectaria y dogmática interpretación del mismo durante el larguísimo periodo del culto a la personalidad, (…) la historiografía soviética que yo conozco se me presenta subordinada a los intereses políticos, sometida casi exclusivamente a éstos, y por lo tanto, resulta sospechosa, fluctuante, palinódica. Ayer estuvo subordinada la historiografía soviética a la tarea de la exaltación de la personalidad de Stalin; hoy se nos presenta igualmente sometida a los intereses del partido- estado soviético.[30]


En su texto, Mashbits aceptó las acusaciones hechas por Ortega y Medina en su libro de 1961;[31] sin embargo, achacó estas fallas al periodo estalinista y se mostraba optimista ante la existencia de un diálogo directo entre los historiadores soviéticos y los latinoamericanos, del cual la polémica con Ortega y Medina era un ejemplo. Ortega, por su parte, cerraba su texto sumándose a este optimismo.

En años posteriores, tanto Oswald como Ortega y Medina llegaron a publicar algunos comentarios más respecto a la historiografía soviética latinoamericanista;[32] sin embargo, fue realmente muy poco lo que se agregó a las discusiones, y éstas continuaron en la misma línea de lo expuesto hasta aquí. Como ya mencioné anteriormente, después de 1969 no apareció ningún texto que se pueda incluir en el corpus correspondiente a esta polémica.

Los Estudios Latinoamericanos en Rusia continuaron su desarrollo incluso a pesar de las dificultades que siguieron a la desintegración de la Unión Soviética. Desde mediados de la década de 1995 comenzó un periodo de reajuste dentro del Instituto de América Latina, el cual ha derivado en un cierto estado de zozobra, entre la “vieja escuela” de latinoamericanistas, formados en el periodo soviético y aún en funciones a pesar de su avanzada edad, y la “nueva escuela” conformada por un puñado de jóvenes investigadores cuya actividad académica se reduce, en la mayoría de los casos, a obras de difusión entre el público no especializado. Pareciera que el diálogo iniciado hace medio siglo sigue aguardando a sus continuadores.

 

Epílogo: y todo, ¿para qué?

Alrededor de un cuarto de siglo después del cierre de esta polémica apareció un artículo que hacía mención a la misma: La Revolución Mexicana en la Interpretación Soviética del Periodo de la Guerra Fría, escrito por Moisés Alperovich (1995). Este artículo es un ensayo historiográfico dedicado al estudio de la Revolución Mexicana en la Unión Soviética. Respecto a todos estos trabajos, escribió:

(…) Por supuesto, estos trabajos fueron escritos por historiadores formados bajo la influencia de la ideología comunista, egresados de escuelas y universidades soviéticas, en las que se les persuadía con insistencia, la idea de la infalibilidad, la impecabilidad y la universalidad de la llamada metodología marxista-leninista y los principios del materialismo histórico. Así, su pensamiento se limitaba al marco de un esquema riguroso y primitivo, construido sobre la base del reconocimiento de la lucha de clases como principal fuerza motriz del progreso social y la primacía de los intereses de clase sobre los de toda la humanidad. No obstante, los autores mencionados –obligados, además, a no olvidar la censura vigilante- trataban de analizar objetiva y escrupulosamente la esencia de los fenómenos en investigación. (…) No me interesa hablar ahora sobre la legitimidad de semejantes deducciones, ya que, además, las concepciones de los historiadores soviéticos fueron analizados circunstancialmente por los colegas de Estados Unidos y México. Pero en el clima de la “guerra fría” que iba cobrando fuerza, acompañada de la ofensiva ideológica en masa –interesada en desenmascarar las “intrigas del imperialismo estadounidense” en todos los rincones del globo terrestre, desarraigar el “objetivismo burgués”, el “cosmopolitismo apátrida” y otros males, surgió la idea de jugar la “carta latinoamericana” en esa campaña propagandística.[33]

Esta cita le da la razón a Oswald y a Ortega y Medina –quien murió en 1992 y no pudo leer este artículo- en sus consideraciones sobre el latinoamericanismo soviético. Un cuarto de siglo antes, los latinoamericanistas soviéticos –entre ellos, Alperovich jugó un papel muy activo- hablaban del materialismo histórico como el método científico por excelencia; por otro lado, en 1995, Alperovich calificaría este método como “ideología” y como de “esquema riguroso y primitivo” y culparía a la censura soviética del modo de actuar de sus científicos sociales, y no sólo eso, sino que aceptaba el interés geoestratégico y a la guerra fría como las principales motivaciones en el surgimiento de los estudios latinoamericanos soviéticos.

En los siguientes párrafos, haciendo leña del árbol caído, Alperóvich ubicaría la “culpabilidad” de toda la polémica desatada en la figura de Grigulevich-Lavretskii, quien fuera agente del KGB; y, a partir de este “desenmascaramiento del culpable”, Alperovich criticó su obra y cuestionó su legitimidad y seriedad como historiador –por supuesto, de acuerdo con Alperóvich, todos sabían de la mediocridad de Grigulevich-Lavretskii, todos lo comentaron en los pasillos, pero, lo cierto es que, durante el periodo soviético, Grigulevich fue uno de los latinoamericanistas más reconocidos y de mayor prestigio, y nadie lo cuestionó; los demás latinomericanistas soviéticos –suficientemente inteligentes como para tener un conocimiento “enciclopédico” sobre América Latina, como el mismo Ortega y Medina escribiera, pero no como para darse cuenta del “error” en el que el materialismo histórico los estaba sumiendo-  se limitaron a seguir ciegamente al más “mediocre” de todos y tardaron treinta años en darse cuenta de sus errores. Usted perdone, no dijimos nada.

Alperóvich, quien aún trabaja como investigador del Instituto de Historia Universal de la Academia de Ciencias de Rusia, se convirtió en el decano de los latinoamericanistas rusos y, mediante este artículo, se congració con sus contrincantes, los erigió en triunfadores de la polémica iniciada un cuarto de siglo antes. El triunfo post mortem y las victorias pírricas, ¿quién gana? ¿Quién pierde? La Historia es, sin duda, un quehacer inquietante.

 


Notas:

[1] Iosif Grigulevich-Lavretskii

[2] Este autor firmaba a veces como Grigulevich –su verdadero apellido- y a veces como Lavretskii –su seudónimo. En este texto me refiero a él siempre como Grigulevich-Lavretskii, aunque en la bibliografía aparecen referencias bajo ambos nombres, aunque son el mismo autor.

[3] Por lo regular, los soviéticos utilizaron el término “latinoamericanista” para referirse a su propio trabajo, entendiendo por América Latina o Latinoamérica aquellos territorios de América con un pasado colonial relacionado con España y Portugal –lo cual corresponde con el concepto “Iberoamérica” de Ortega y Medina (1961, 1965)- y el Caribe –incluyendo aquellos territorios en los que no se hablara una lengua romance, que en estricto sentido denotaría la palabra “Latina”, o con un pasado colonial relacionado con otros países, como Francia y Holanda. Respecto a este tema véase Alperóvich (1969),  Institut Latinskoi Ameriki (1987), Lavrov (1975), y Schelchkov (2002). En la medida en que este texto no busca discutir la pertinencia del uso de uno u otro término, usaré “latinoamericano” o “latinoamericanismo” para referirme a los estudios hechos por soviéticos e “iberoamericano” o “iberoamericanismo” para referirme al trabajo de Ortega y Medina.

[4] Oswald (1963) menciona una revista llamada Iuzhamtorg dedicada a temas latinoamericanos y publicada en la década de los treinta. Por otro lado, cabe mencionar la obra temprana de Stanislav Pestkovski, quien fuera el primer embajador de la URSS en México y escribiera dos libros sobre la Revolución Mexicana en 1927: Una historia de las revoluciones mexicanas y La cuestión agraria y el movimiento campesino en México, y de Vladímir Miroshevski, preceptor de los latinoamericanistas del periodo de la posguerra, autor de la primera historia general de Latinoamérica en la URSS (1946).

[5] Valdría mencionar la excepción de Iosif Romualdovich Grigulevich Lavretski, cuyas actividades como agente del Comité de Seguridad del Estado (KGB, por sus siglas en ruso) le permitieron viajar por todo el mundo y, como una consecuencia aledaña, le brindaron la oportunidad de realizar trabajo de archivo y de campo en todos los países a los que fue enviado. Sobre la apasionante vida de este historiador véase Alperovich (1995), Andrew y Mitrikhin (1999), Leonov (1999), y Ross (2004).

[6] Novaia i noveishaia istoriia (Historia Moderna y Contemporánea) y Voprosi istorii (Cuestiones de Historia) fueron las publicaciones sobre historia más importantes en la Unión Soviética. En estas revistas, dependientes del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de la URSS, publicaban los historiadores más destacados e importantes de los diferentes Institutos y Universidades de toda la Unión Soviética. Estas revistas continúan publicándose en la actualidad.

[7] Lavretskii, 1961: 91-92, cursivas añadidas

[8] cfr. Oswald, 1963, 1965

[9] Lavretskii, 1961: 93-94, cursivas añadidas

[10] Manfred Kossok (1930-1993), estudió Historia, Literatura y Filosofía en la Universidad de Leipzig entre 1950 y 1954. Obtuvo en la misma universidad, en 1957, el doctorado con la tesis La estructura socioeconómica del Virreinato del Río de la Plata, y, en 1962, la habilitación como profesor universitario con el trabajo Alemania y la cuestión sudamericana 1815-1830. Un estudio sobre la política de los Estados alemanes ante la independencia latinoamericana. Desde 1962 se convirtió en docente de la Universidad de Leipzig, donde ocupó diversos cargos hasta 1992, un año antes de su muerte. Kossok fue uno de los latinoamericanistas más importantes en la República Democrática Alemana y tuvo la oportunidad de realizar varias estancias de investigación en distintos países de América Latina, Estados Unidos y la Unión Soviética. Para más información sobre su carrera véase Zeuske (1993) y Middell (2002).

[11] Kossok, 1961: 41-84

[12] o, según el periodo abordado, las secciones latinoamericanas de la III Internacional

[13] Al respecto escribió: “(…) algo que, por lo demás, todo el mundo sabe, y es que los rusos no tienen pelos en la lengua y no disimulan ni eufemizan sus críticas. Su lenguaje va desde la franqueza hasta la grosería, y siempre está al servicio de su verdad histórica, lo que explica igualmente sus aciertos y desaciertos, (…) mas conviene recordar aquí (…) que la interpretación histórica de México que llevan a cabo los historiadores soviéticos es una reinterpretación o revaloración de los hechos a la luz del materialismo histórico y de la dialéctica materialista que lo informa. Sus fuentes son, pues, las tradicionales, ya impresas (mexicanas y norteamericanas); de suerte que la mayor parte de los errores hay que atribuirlos a dichas fuentes y al método empleado para manejarlas y utilizarlas. (…) No hay cosas más parecidas entre sí –como ya sabemos- que los trabajos históricos soviéticos, sobre todo cuando abordan el mismo tema. La personalidad del autor, su estilo propio, su enfoque metodológico, su subjetividad, en suma, son anulados doctrinalmente hasta el punto de no poder reconocerse a un historiador de otro. Se nota además la acción de una efectiva criba ideológica de no dejar pasar sino lo que es necesario que pase en un momento determinado.” (Ortega y Medina, 1961: 126-142, cursivas del original)

[14] Ortega y Medina, 1961: 136-147

[15] Siguiendo con Ortega: “El método marxista soviético (…) está hábilmente empleado; pero cojea del legalismo sociológico interpretativo y dogmático y falla también en la recreación de la verdadera y vital atmósfera humana: lo imperante son los hechos; y los hombres de carne y hueso (…) desaparecen ante el vendaval fáctico y ante los intereses clasistas o masistas impulsores (…) al terrorismo del método sucumben la vida y la verdad heterodoxa; el doctrinarismo metodológico impone antihistórica y dogmáticamente su única vía, y desdeña olímpicamente aquel sano precepto del propio Marx, quien aconsejaba cautamente que había que dudar de todo: “omnibus dubitamdum””(Ibid.: 169-170)

[16] Lavretskii, 1961: 2-3

[17] Owen Lattimore fue un especialista en China, Mongolia y Asia Central, cuyas líneas de interpretación –influidas por el tema del modo de producción en la variante de Wittfogel- lo hicieron acreedor a una investigación por parte del FBI. Al final fue hallado culpable de colaborar como espía de la Unión Soviética. Logró exiliarse en Inglaterra, donde permaneció hasta su muerte. Sobre el caso de Lattimore véase Buck (1999), Cotton (1989), asimismo, el expediente de Lattimore en el FBI está disponible en: http://foia.fbi.gov/foiaindex/owenlatt.htm

[18] Ibidem: 3-4

[19] Ibidem: 7

[20] Los comentarios de este artículo son a partir de la versión venezolana, pues contiene una actualización sobre el tema hecha también por Alperovich, además de una nota preliminar hecha por Grigulevich, quien entonces ya tenía el cargo de vicerredactor- jefe de la revista Novaia i Noveishaia Istoriia, el cual no dejaría sino hasta su muerte, en 1988.

[21] Alperovich, 1969: 9-10

[22] Respecto a la influencia que los cambios políticos en la Unión Soviética tuvieron en sus Estudios Latinoamericanos, Alperovich escribió: “La elaboración científica de los problemas de la historia contemporánea se lleva a cabo en el marco de una aguda lucha ideológica con la historiografía reaccionaria burguesa, con las concepciones nacional- reformistas y revisionistas, y también examinando con espíritu crítico una serie de concepciones erróneas que se encontraban difundidas en nuestra literatura histórica en el ambiente del culto a la personalidad de la época de Stalin.

Tuvo una gran significación  para la profunda investigación marxista de las cuestiones citadas arriba, la crítica que se hizo desde al tribuna del XX Congreso del Partido, sobre la apreciación sectaria del papel de la burguesía nacional de los países coloniales y dependientes, que se dieron en las tesis del VI Congreso de la Comintern, donde, directamente,  se afirmaba que la burguesía nacional de Latinoamérica ‘se encuentra en el campo de la contrarrevolución’. Para un análisis objetivo y científico de los procesos que tuvieron lugar en los países latinoamericanos, fue preciso también  vencer la influencia de las apreciaciones de Stalin, el cual calificó arbitrariamente a estos países como ‘el núcleo agresivo de la ONU’, atribuyéndoles el deseo ferviente de desencadenar una nueva guerra (febrero de 1951), y en su discurso en el XIX Congreso del Partido caracterizó a toda la burguesía  (y, por lo tanto, a la burguesía nacional de los países coloniales y dependientes, puesto que no hizo ninguna reserva) como el principal enemigo del movimiento liberador, incapaz de contribuir a la lucha por la independencia nacional y la soberanía. Todo esto desorientaba  a los historiadores, les impedía un análisis completo del complejo desarrollo económico- social y político de los diferentes Estados latinoamericanos, apreciar correctamente el carácter, particularidades y perspectivas del movimiento nacional- liberador.” (Ibid.: 26-27) En otras palabras, Alperovich no negó que hubiera una mutua influencia entre el devenir político y las ciencias sociales en general.

[23] Ibid.: 44-46

[24] Idem

[25] Ibidem: 56-57

[26] 1965: 265-267

[27] Curiosamente, al mismo tiempo que se quejaba de la acusación del dogmatismo soviético, además agregaba comentarios de este estilo: “Infinidad de ejemplos demuestran, a todas luces, que la metodología marxista- leninista abre el camino para el conocimiento objetivo y científico del mundo, de su pasado histórico y de la predicación real de su futuro.” (Mashbits, 1965: 268). Este comentario resulta familiar al lector que haya leído obras soviéticas – tanto las latinoamericanistas como las referentes a otras regiones del mundo.

[28] Al respecto mencionaría las opiniones favorables respecto a la invasión norteamericana de 1847 en territorio mexicano vertidas por Engels y la imagen que Marx tenía del mexicano como un ser inferior y amoderno (Ortega y Medina, 1965: 274-276); además de lo anterior, Ortega recordaba que la Revolución Rusa misma no se apegaba a la premisa de Engels, según la cual, el socialismo arribaría primeramente a los países del mundo desarrollado, de donde Ortega dedujo que la predicción ni siquiera fue posible para los padres del marxismo, como en el siglo XX seguiría ocurriendo con las revoluciones china y cubana.

[29] Respecto del tema del modo de producción escribió, por ejemplo: “(…) las fuentes informativas sobre el modo de producción no son ellas mismas el modo de producción, sino simplemente derivados conceptuales” que, al ser objeto de la selección y crítica del historiador, era muy difícil que no tuvieran influencia de éste en los resultados finales, por lo que era imposible caer en “la sutil trampa de la subjetividad” (Ibidem: 279)

[30] Ortega y Medina, 1965: 279-281

[31] Mashbits copió la siguiente cita del libro de Ortega y Medina (1961): “(…) En su imaginación, la metódica del trabajo de  nuestros historiadores no se distinguen por mayores complicaciones: para un esquema creado de antemano, se seleccionan datos, los cuales, posteriormente, se elaboran colectivamente; esta colaboración se compone, como mínimo, de tres personas (el autor, el recopilador de datos y una tercera persona que prepara el texto en concordancia con el plan y orientación metódicas) y además, el redactor que comprueba la verificación ideológica de lo escrito.” (Mashbits, 1965: 269-270)

[32] Oswald, 1965, 1966, 1967; Ortega y Medina, 1967

[33] Alperovich, 1995: 678-679

 

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