“¡Cállate perro!”: lenguaje y construcción de la identidad militar, en los rituales de “La perrada”

“Shut up, dog!”: language and the Construction of Military Identity in The Rituals of the Perrada

“Cállate perro”: linguagem e construção da identidade militar, nos rituais da perrada.

Juan Ramos López

Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, Perú

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Recibido: 03-08-2022
Aceptado: 10-11-2022

 

 

Introducción

El presente trabajo de investigación surgió a partir de escuchar las voces de mis “promos”, soldados, cabos y sargentos del cuartel Fuerte los Pockras, del batallón de Ingeniería en el cual estoy realizando el servicio militar voluntario desde julio de 2021 hasta julio de 2023.

Esta experiencia despertó mi interés por analizar el uso del insulto y las groserías en la socialización de los soldados, especialmente en el marco del rito de paso conocido como “La perrada”. A fin de adentrarme de lleno en esta investigación etnográfica actualmente cumplo mi servicio militar voluntario en el cuartel Fuerte los Pockras. Cabe mencionar, que primero comencé a estudiar la licenciatura en Antropología Social en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho Perú y después me interesó profundizar sobre los discursos y experiencias de mis amigos militares. Es por esta razón que me interné en el cuartel de manera voluntaria. Lo vivido y observado durante ese tiempo me sirvió de insumo de primera mano para el planteamiento del problema que detallo a continuación.

El estudio del lenguaje en los jóvenes del servicio militar[1] era visto como un tema prohibido (tabú) por la sociedad peruana por su frecuente uso y reproducción de groserías en las interacciones sociales. El uso del insulto resulta ser una convención social en una institución antigua como es el ejército y forjadora de “verdaderos hombres”, “machos militares”. Es por esta razón que en el ejército el lenguaje es un mecanismo para el ejercicio de poder simbólico y es utilizado sobre todo para hacer una marcada diferenciación entre dominadores y subalternos. La internalización y normalización de este lenguaje jerárquico es mediado por groserías y funge una posición fundamental en el proceso de aprendizaje de los militares y de la construcción de la identidad masculina en el ejército.

En el proceso de aprender a ser militares los jóvenes reclutas son llamados por sus superiores como “perros” o “zorros”, así como experimentan un “bombardeo” de otros términos y frases insultantes e incluso denigrantes. De allí que me interesa indagar sobre el proceso de incorporación del léxico social militar y estudiar en qué medida funge como un dispositivo simbólico que refleja, pero también estructura y determina, las relaciones de poder y el ejercicio de éste.

 

El problema de investigación

La institución de las Fuerzas Armadas del Ejército Peruano tiene como finalidad la defensa de la seguridad nacional del país. Como institución social está regida capitales sociales, culturales y simbólicos que pautan, estructuran y regulan los patrones de comportamiento entre sus miembros: los modos de pensar, actuar, hablar, caminar y vestirse. A partir de “la disciplina [se] fabrica cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos dóciles” (Foucault, 1998, pág. 142). A su vez, dentro del cuartel existen agentes socializadores que se encargan de formar a los jóvenes militares de acuerdo a estos patrones socioculturales esperados. Por lo que es de interés en este artículo indagar qué mecanismos de socialización son los más frecuentes y cuáles son los impactos que éstos tienen entre los jóvenes del servicio militar voluntario acuartelado, tomando como caso de estudio el cuartel Fuerte los Pockras.

Una cultura en términos amplios se entiende como “un sistema de conocimientos que, a modo de modelo de la realidad, da orden, coherencia, integración y dirección a la acción social de los miembros de una sociedad” (Aguirre Baztán, 1982, pág. 149). Podemos partir de reconocer que en el mundo social castrense hay signos y símbolos que configuran una cultura castrense en la cual la verticalidad de su estructura, las relaciones de poder que la sostienen y el lenguaje agresivo son algunas de sus características.

La cultura castrense es hegemónica y la comunicación entre superiores y subalternos es institucionalizada a través de pautas de comportamiento establecidas. Hay normas y formas de lenguaje e interacción para que los reclutas se expresen ante su superior y para expresarse ante los compañeros de “promoción”.

Dado que el ejército tiene la finalidad formar hombres predispuestos y listos para la guerra, el incumplimiento de las órdenes está sujeta a castigos y sanciones. El miedo de los reclutas a estas sanciones los lleva a atacar las órdenes que le den sus superiores. De allí la importancia del uso de formas simbólicas de violencia y fuerza para asegurar su obediencia. Asimismo, enlistarse en el ejército significa que los reclutas otorgan a la institución y a sus superiores en la jerarquía militar poder absoluto sobre su persona; en términos metafóricos el recluta le “entrega su alma a su sargento”.

Castells (2009) menciona que el poder siempre es relacional y la dominación es institucional pues hay personas que están encargadas de mantener el control. “Los pocos que están en la [cima] pueden mantener a las masas obedientes en la base, siempre que su control esté institucionalizado en las leyes y normas del grupo social en la que ambos operan” (Castells, 2009, págs. 33-40). En el espacio social militar quien tiene el mando hace uso del poder que le otorga la institución y lo ejerce sobre los cadetes a quienes doblega en busca de obediencia y sumisión.

Ya que el poder es la “capacidad de tomar decisiones que obliguen a otros con la coerción como expresión, la violencia como fundamento y la dominación como objetivo” (Geertz, 2002, pág. 13) son comunes.

Los comandos de obediencia deshumanizan a los reclutas. Entre ellos destaca la locución ¡cállate perro!, estos comandos e interlocuciones moldean a los reclutas dentro de la semiósfera castrense. “El lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al dominio individual y al dominio social” (De Saussure, 1945, pág. 37) y a lo largo de su acuartelamiento los reclutas incorporarán dichos signos lingüísticos a sus propias interacciones a modo de lenguaje adquirido y aculturación. De esta manera la cultura castrense logra crear una memoria colectiva dentro de los cánones culturales, sociales y simbólicos con la finalidad de coaccionar al grupo.

En su aprendizaje los reclutas inhiben su comportamiento “civil” pues este se considera “afeminado”; quienes demoran en adquirir los habitus castrenses son heteroconstruidos como “lornas” o “corchos”.[2] Los reclutas adquieren este nuevo código lingüístico de manera consciente e inconscientemente y lo reproducen sobre los grupos de reclutas que les suceden y en frente de los demás soldados, cabos y sargentos. Inclusive, lo reproducen en el ámbito civil al término de su servicio.

Al término de mi formación en el servicio militar voluntario logré ascender a la figura de sargento segundo, por lo que ingresé a una categoría de mando. Al momento de escribir este artículo continúo en el servicio militar acuartelado el cual finalizará en julio de 2023. En mi nueva posición se me presentó como un dilema tener que reproducir el canon lingüístico militar ante mis subalternos, y asumir el habitus de dirigirme a ellos con base a groserías y denostaciones. De no hacerlo, asumiría sobre mi persona el escarnio social. En un diálogo con mi sargento éste me comentó:

[…] odio que me desobedezcan, por eso gritó, y usó los insultos; ellos solo entienden de esa manera. Cuando mayor se grita, los perros te obedecen más rápido, como un rayo.  Cuando le das confianza, se pasan hasta el codo. No debes tratarlos con cariñito, porque luego sentirás lástima y pura lástima, y ya no vas querer sancionarlos. ¿Comprendido o NO? (Cuaderno de campo, cuadra, sargento Llamoja, 2021).

 

Metodología

El presente artículo siguió una metodología de investigación etnográfica de tipo mixto pues incluye observación participante y conversación para el recojo de testimonios, pero también tiene una dimensión autoetnográfica. Por lo que parto de dos niveles de investigación. El primero es de carácter in situ y autoetnográfico (vivencial, testimonial) ya que se basa en mi propia experiencia y mis memorias (dolientes y felices) vividas en el cuartel como recluta de servicio militar voluntario. Esta experiencia me permitió tener una mirada interna y usar esa posición vivencial como herramienta de investigación. El segundo nivel de indagación consistió en recabar informaciones a partir de escuchar las voces, testimonios, diálogos y observaciones de otros reclutas de mi promoción, soldados, cabos y sargentos del cuartel Fuerte los Pockras.

Durante mi proceso del servicio militar acuartelado llevé un cuaderno de campo y libreta de apuntes en el cual anotaba observaciones al cierre de mi jornada diaria. Cuando concluí el servicio militar voluntario me dediqué a transcribir, codificar, analizar, sintetizar, comparar e interpretar la información que recabé a lo largo de esos dos años como recluta. 

El espacio temporal de esta investigación se ubica en el ritual de “La perrada” cuya duración es de tres meses, y es descrito como “el más duro de vivir” de los dos años de servicio militar voluntario acuartelado.

 

Contexto de estudio “El cuartel Fuerte los Pockras”

Escribo este [manuscrito] para recuperar mi memoria; y también para que nunca vuelva a ocurrir algo así en [mi] Perú (Gavilán Sánchez, 2012, pág. 49).

 

El lugar donde se crean y recrean mis memorias tiene por escenario el cuartel Fuerte los Pockras del batallón de Ingeniería “José Olaya” N°2, ubicado en el poblado de San José de Quicapata en el departamento de Ayacucho. El cuartel se encuentra organizado jerárquicamente en oficiales, técnicos, suboficiales y el personal de tropa.


Imagen 1. Estructura jerárquica de las Fuerzas Armadas del Perú.
Fuente: el autor.

 

Testimonio de los “sin voz”. El ritual de “La perrada”

A los cuarteles se incorporan jóvenes que cumplen servicio militar voluntario acuartelado dos veces al año. Un primer ingreso se da entre los meses de enero y junio, y el segundo ingreso entre los meses de julio y diciembre. Los reclutas voluntarios comparten un ambiente semiótico, cultural y simbólico basado en la fraternidad y la unidad que definen un sentido de grupo y pertenencia entre compañeros de ingreso. De allí que se entienda a una cohorte generacional de ingreso como “promoción”.

Cuando un recluta voluntario ingresa al cuartel “no tiene voz” ni la capacidad de expresar si está de acuerdo o no con alguna orden; solo debe consentir y afirmar que sí lo va a hacer a través del comando “comprendido mí…” (dirigiéndose de acuerdo al rango de la autoridad que lo interpela en una orden). El recluta voluntario tendrá que despojarse de su capital simbólico construido fuera de la institución del cuartel ya que se le impondrá un nuevo patrón de conducta, siendo reconstruidos como agentes “sin voz”.

Siendo las 23 horas con 50 minutos, mí monitor empezó a hablar: "¡Atención!, ¡firmes! perros de mierda" y todos asustados de manera muy inmediata nos colocamos en atención, sin ningún movimiento. Él se puso su boina y dijo: “yo mando aquí, ustedes no son nada a comparación de mí”, y empezó a contar como a él también le trataban. Además, era muy frecuente que en las horas de rancho no podíamos comer tranquilos ya que nos haría “chaufita”, que consiste en la combinación de la sopa con el segundo y el refresco (Cuaderno de campo, cuadra, julio de 2021).

 

Dentro del ritual de La perrada el recluta tiene que cumplir, de manera forzada, una posición de “perro” o “zorro”. “Las dos acepciones implican ser la última cadena del eslabón en la jerarquía, y soportar [una] infinidad de humillaciones” (Ramos López, 2017, pág. 28). Por su parte, Aronés menciona que cuando “un ‘perro’ (recluta) llega al cuartel por primera vez es despojado de todas sus pertenencias, sus “superiores” serán los que se hagan de ellas. El “perro” se vestirá con lo que puede (ropas viejas, trapos, ojotas, sandalias, etc.) y así permanecerá los tres meses de instrucción básica, literalmente viviendo como perro” (2012, pág. 6). En este acomodo cultural, los encargados de brindar una instrucción militar son los monitores y en muchos casos los sargentos. En la segunda edición de la autobiografía de Gavilán (2017) revela que “casi ningún soldado se olvida de su monitor, siempre lo llevan como un tatuaje grabado en su recuerdo, siempre decían: “¡Ese mi monitor me hizo comer caca!, ¡ese mi monitor era hijo del diablo!”.


Imagen 2. Representación simbólica del proceso de “La perrada”.
Fuente: el autor.

En mi experiencia militar acuartelada logré encontrarme con jóvenes “de todas las sangres” –como nombró José María Arguedas a la diversidad étnica en el Perú–. En el cuartel ser denominado zorro o perro depende de la zona geográfica de la que provienen los reclutas. Zorro es como se denomina el recluta que proviene de contextos rurales y de regiones andinas y perro, al recluta que proviene de ciudades. Perros y zorros atraviesan el mismo ritual de paso y el filtro cultural castrense para formarse como militares.

“La perrada” es un ritual de paso ya que funge como tiempo social en el cual se le inculca a los jóvenes reclutas el modo “correcto de hablar” y desempeñarse como “hombres” y como militares. En este tiempo del ritual de paso, se construye una otredad simbólica hacia los comportamientos “civiles” o considerados femeninos. En el ritual de “La perrada” el joven voluntario experimenta un coche cultural que le ayudarán a ser aceptado dentro del grupo (de su promoción y de sus superiores); el promedio de edad de los reclutas que atraviesan “La perrada” oscila entre los 18 y los 24 años. 


Imagen 3. Horas de visitas servicio militar acuartelado.
Con mi amigo y compañero de la UNSCH, Fernando Pozo Fernando, actual cabo SMV.
Fotografía tomada por el autor antes de inscribirse al servicio militar voluntario acuartelado, 12 de Julio 2021.

 

El uso del insulto y las groserías como mecanismos de socialización dentro del cuartel Fuerte los Pockras

Areiza menciona que “la lengua es la portadora de un universo sígnico, cargado de sesgos culturales colectivos, necesarios para la vida en comunidad y la coordinación de las actuaciones individuales de sus miembros” (2011, pág. 9).

La socialización inicial en el cuartel Fuerte los Pockras está mediada por el uso repetitivo de los insultos; su carácter repetitivo tiene la finalidad de que los jóvenes voluntarios del servicio militar acuartelados incorporen e internalicen los capitales culturales, símbolos y lenguaje de la cultura castrense. Cada recluta es portador de una determinada cultura vinculada con su contexto local, familiar y personal por lo que estas actividades ritualizadas de socialización en el cuartel Fuerte los Pockras produce una aculturación castrense. El uso del insulto y las groserías –acompañados de sanciones drásticas– son mecanismos de socialización que tiene por finalidad cohesionar a un grupo heterogéneo de reclutas, y generar que los perros y de los zorros obedezcan y se disciplinen.

Recuerdo muy bien que, durante el rito de iniciación que llamamos “La perrada”, en los desplazamientos a paso ligero hacia el comedor y las listas (Diana-Retreta) cantábamos con voz enérgica la siguiente expresión: “cuando tú me veas débil y cansado, no me des tu agua, yo no la quiero”. Inconscientemente lo naturalizamos dentro de nuestro carácter militar; además, ya habíamos mentalizado la siguiente frase: “un día más, un día menos, no pasa nada, yo quiero más masacre” (Cuaderno de campo, julio de 2021).


Imagen 4. Durante el ritual de “La perrada”.
Foto de Juan Ramos López, 14 de julio de 2021.

Los insultos y groserías crean un ambiente cultural de miedo simbólico en el cual la eficacia simbólica introduce en el recluta los canones “correctos” de la institución. Por lo tanto, el uso cotidiano y naturalizado de los insultos y groserías responden a las expectativas de la institución. Dado que las relaciones sociales que se dan en el cuartel son verticales y unilineales, esto genera que los reclutas tengan miedo.

Transcurridas 3 semanas, seguimos en la etapa de instrucción donde el monitor, instructor y los oficiales [...] nos repetían por “n” veces que no somos nada, somos unos “perros, zorros de mierda” […]. Mi compañero (promo) tenía recién dos días de ingreso y todos lo apodamos “el nuevo”. Nuestro monitor nos dio una instrucción personalizada donde le incitaba a que gritara como hombre (¡yaaa!, ¡yaaa!, ¡yaaa!, con voz secante y cortante). En ese instante mi monitor me llamó “perro Ramos, ven en seguida”. Respondí: “¡presente, mi monitor!, a paso ligero me acerqué, y a seis pasos me cuadré. Saludé con la mano derecha a la cien de la cabeza con un movimiento rígido y mencioné: “permiso mi monitor, reemplazo del ejército del Perú, Ramos López Juan se hace presente a su llamado”. En ese proceso recuerdo que llegué a un límite donde en repetidas ocasiones me hizo comer tierra y empecé a llorar. El monitor me dijo en forma de burla “estás llorando nenita, entonces para qué carajos entras”, solo atiné a responder con firmeza “No, mi monitor, no son lágrimas, es mi sudor”, y ahí terminó la burla. Más al contrario, empezó a felicitarme. Pasaron las horas y empezó anochecer […] como era un servicio obligatorio, ningún soldado puede escapar de la “imaginaria”, era una de las más cansadas, consistía cuidar y velar por el sueño de tus “promos”; pero la verdadera finalidad era ser agentes de vigilancia para que nadie se escape. Además era donde se solía escuchar voces como "mi sargento", eran traumas psicológicos y culturales donde prima el seguir la orden a pie firme. "No hay por qué", solo obedecer (Cuaderno de campo, cuadra, 04 agosto del 2021).

 

Recogí información de campo en diferentes espacios internos del cuartel y en diferentes tiempos, desempeñando distintas actividades y roles. Mayormente en la cuadra y en el comedor, pues son espacios en los que hay más libertad para conversar. En contraste en la formación, el paso de lista, las ceremonias, los desfiles y ensayos son más restringidas las relaciones de socialización. El insulto y las groserías fungen como mecanismos del control y ejercicio del poder simbólico. Además la comunicación en unilateral y vertical en estos espacios. A manera de confesión, tuve ciertos dilemas para el recojo de la información, ya que muchos de los insultos ya los había normalizado dentro de mi lenguaje militar al pertenecer a esta institución y ser partícipe de las diferentes acciones en conjunto que marcaron mi conducta y el uso de las groserías para toda actividad cotidiana.

El uso de los insultos y groserías como mecanismos de socialización dentro del cuartel Fuerte los Pockras son un mecanismo que moldean al joven voluntario “perro”/“zorro”, “reemplazo” o “recluta” de acuerdo a las pautas culturales establecidas. Pero al darse este moldeamiento las actitudes cambian, los comportamientos y formas de pensar de los reclutas también cambian drásticamente. Todos los jóvenes del servicio militar acuartelado buscan seguir el ejemplo, el modelo ideal construido por el ejército.


Imagen 5. Fotografía actual del autor como sargento segundo.
Archivo de Juan Ramos López, 24 de julio de 2022.

Ahora que logré escalar de grado militar y pasé de ser un “perro” a ser sargento segundo, transité de ser dominado, a ser dominador. No sin antes haber atravesado el rito de “La perrada” y haber transitado de recluta a soldado de tropa, después a cabo y a la fecha sargento segundo. Sin embargo, mi forma de comportarme dentro del espacio social castrense desde una nueva posición de poder en la que debo de ejercer un habitus de dominio me ha generado cuestionamientos. En algún momento que ejerció otra forma de comando el cabo “Garfi” me advirtió:

Qué carajo haces hablando con tu perro, ya parece que le vas dar teta, más pareces una madre, una teta. A ellos debes de tratarlos como perros que son. El cuartel se trata con dureza y firmeza. No estamos para cariñitos. Que sea la última vez; en la siguiente a los dos les sanciono para que aprendas, por eso hay grados. (Cuaderno de campo, cuadra, 14 julio de 2022).

 

A los cabos y sargentos que comandan a sus subordinados de manera indulgente o les reprenden oralmente, en lugar de castigarlos, son sancionados socialmente por otros compañeros de promoción –del mismo rango o superior– que los adjetivan de ser “teta” o “muy teta”. Asimismo, son comunes las expresiones “eres una madre”, “una madrezota”. Esta denominación los homologa a “la madre, ya que te cuida”. De esta manera se hace cumplir con los mandatos del cuartel y las prácticas de subordinación de los reclutas a través de insultos y groserías que permitan convertir a los reclutas en cuerpos dóciles.

 

Aproximaciones, a modo de conclusiones

Las memorias “dolientes” mencionadas en este artículo juegan un rol formador de la personalidad de los jóvenes del servicio militar voluntario acuartelado o reclutas. Si bien existen muchos mecanismos de socialización dentro del cuartel, el que resulta ser más significativo y eficaz es el uso de groserías y del insulto. De modo que, cuando un agente socializador (quien está a cargo de la formación de los reclutas) no las reproduce, incurre en una falta grave que será sancionada socialmente por otros pares.

Durante el ritual de paso de “La perrada” los jóvenes del servicio militar voluntario acuartelado abandonan las conductas de “civil” y adquieren un nuevo patrón configurador castrense que le permitirá ser identificados, socializados y aceptados. Para ello, tendrán que responder a los cánones culturales castrenses y no oponer resistencia, de otro modo serán sujetos de estigma.

Como se pudo ver en el artículo a los jóvenes voluntarios se le clasifica como “perros” o “zorros”, según provengan de zonas urbanas o de rurales. No obstante ambas categorías responden a un fin común: “ser dócil, y tener el vaso vacío de experiencias”, así como no alterar la estructura sociocultural de las Fuerzas Armadas del Perú.

Cuando los jóvenes del servicio militar voluntario acuartelado logran culminar el ritual de “La perrada” reproducen las múltiples formas de violencia física, psicológica y simbólica que han naturalizado; ellos mismos tendrán la función de ser agentes “filtros culturales” dentro de este proceso repetitivo. En palabras de mi sargento segundo Borda: “hoy eres mi perro, una escoria; mañana tendrás a tus perros y le harás lo mismo”.

 

Notas:

[1] En Perú, el servicio militar es voluntario y se realiza entre los 18 y los 30 años de edad. El Servicio Militar Acuartelado es cuando los jóvenes voluntarios permanecen en la base militar bajo el comando del superior de la unidad.

[2] Denominación empleada cuando el recluta no responde a los cánones culturales, cuando es tímido o habla despacio, por lo que se le asignan características de una mujer.

 

Referencias bibliográficas:

  • Aguirre Baztán, Á. (1982). Conceptos clave de la Antropología Cultural. Ediciones Dalmon.
  • Areiza Londoño, R. (2011). Lengua:¿Pacto social? Discurso:¿Pacto intersubjetivo? ¿Pacto-estado? Lenguas en contacto y bilingüismo [en línea](3), 1-10. Obtenido de http://bibliotecadigital.caroycuervo.gov.co/197/
  • Aronés, M. (2012). "Si no matas, te matan": Memoria y drama del servicio militar en el contexto de la guerra interna en el Perú. Ponencia presentada en el Grupo Memoria, Lima.
  • Castells, M. (2009). Comunicación y poder. Alianza Editorial.
  • De Saussure, F. (1945). Curso de lingüística general. Losada.
  • Foucault, M. (1998). Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores.
  • Gavilán Sánchez, L. (2012). Memorias de un soldado desconocido Autobiografía y antropología de la violencia (primera ed.). Instituto de Estudios Peruanos.
  • _____. (2017). Memorias de un soldado desconocido (segunda ed.). Instituto de Estudios Peruanos.
  • Geertz, C. (2002). Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos. Paidós.
  • Ramos López, J. (2017). “Sin terrucos no hay soldados” percepción de los jóvenes acuartelados sobre Sendero Luminoso en la sociedad posguerra. En Á. Maurial (Ed.), Memorias del presente: ensayos sobre juventud, violencia y el horizonte democrático (págs. 20-37). Ministerio de Cultura, Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social.

 

Cómo citar este artículo:

RAMOS LÓPEZ, Juan, (2022) ““¡Cállate perro!”: lenguaje y construcción de la identidad militar, en los rituales de “La perrada””, Pacarina del Sur [En línea], año 14, núm. 49, julio-diciembre, 2022. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Domingo, 6 de Octubre de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2083&catid=15